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Pero de vez en cuando hay que envalentonarse. Las cosas complicadas son complicadas. Esto lo entiende cualquiera, aunque nos cueste definir la igualdad, la repetición o la tautología que encierra. La frase de Bataille también es tautológica y algo más. Empieza por afirmar que aquello que nos une ya estaba unido desde antes y, además, que esa unión es insoportable. Lo que es ya era y, por si fuera poco, es recurrente. Este acontecimiento viene a resultar algo así como reformular la prohibición del incesto, pero sin necesidad de recurrir a Freud, al temor de castración o al significante falico. La madre, por su propio exceso de ser, es intocable. En el límite se basta por sí misma, sin intervención de terceros –el padre– para no dejarnos pasar. El tercero solo viene para ayudarnos a irnos pero no para prohibirnos entrar. La unión con la madre nos precede, nos atrae y, pese a todo, no hay quien la aguante. Este hecho es fundante y explica por sí mismo el deseo de madre y la imposibilidad de madre. Es evidente que estuvimos unidos, y el parto lo corrobora, por lo que cae por su peso, sin que sepamos la razón, que en lo sucesivo ese cuerpo nos repugna sexualmente aunque nos atraiga con nostalgia. Lo quiero cerca pero no dentro. 'Inter faeces et urinam nascimur', dejó dicho Agustín, lo que da cuenta del origen y de la historia del asco que nos aparta del ser más querido.
El secreto originario de la vida descansa en entender que quiero a mi madre pero que no me apetece. A partir de este principio se desenvuelven el resto de los teoremas vitales que nos atosigan y nos entristecen. Todo amor es un amor de madre. Los enamorados están separados por la profundidad de lo que les une. Intentan unirse más y más pero, como sentenció Lucrecio, dos cuerpos no se unen por mucho que se penetren y abracen. El fracaso con el cuerpo de la madre siempre está presente y, puesto que con ella es imposible, lo intentamos inútilmente con otros cuerpos que nos toleran y nos atraen.
La prohibición del incesto es una redundancia. El incesto materno no es nada más que prohibición e imposibilidad. Es la condición y consecuencia de nuestra mortalidad. Si el incesto materno fuera posible seríamos inmortales. Se nos echó de su seno como nos echaron del Paraíso. No hay retorno posible si no es muerto. El incesto es la oración de los muertos. El misterio de la inmaculada concepción es un artilugio teológico para evitar que los humanos pensemos en el pecado supremo: el incesto de dios.
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