Martín Olmos

Dos ideas

«Las redes no hablan, subtitulan. Ya no existe el sano aburrimiento de la espera, ni la fértil oscuridad del silencio»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 12 de febrero 2021, 08:46

Dadas las circunstancias, de incertidumbre y epidemia, podemos juntar dos ideas a ver qué pasa. Son dos ideas próximas pero que concurren por separado a ... la escena. La primera confirma un cambio de mentalidad del sujeto contemporáneo. Subraya que los valores han perdido verticalidad y se han vuelto más horizontales. La imagen de un dios soberano, que ocupa la copa de un árbol con ramas superpuestas a distintos niveles, donde nos ubicamos a trancas y barrancas pero un poco por encima del mono, ha perdido fuerza atractiva y explicativa. Hoy todo se entiende de un modo más plano y cartográfico, más secular por lo tanto. No se habla de dioses omnipotentes sino de fondos soberanos que, pese a su privilegio capitalista y a la cruel agresividad de sus activos financieros, se sabe que son buitres y que tienen su nicho ecológico acotado. Nos importa más la extensión de las cosas que su altura o su hondura. La vida, la sociedad, el mundo, la mentalidad se han convertido en un rizoma que extiende sus redes sin que pesquemos nada en concreto y sin que nos atrevamos a escalar por encima ni a excavar en profundidad. Los movimientos fuera de la red desorientan y amenazan con naufragar.

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La otra idea, de apariencia muy semejante, proviene de la informática y del uso de las redes sociales. Insiste en la superficialidad. No en el sentido del plano cartográfico que se contrapone a la verticalidad, sino en referencia a la falta de espesor y densidad. Lo superficial es aquí entendido como ligereza, trivialidad y agotamiento del sentido crítico, que para ejercerse necesita observar las cosas desde un escalón superior. Todo se nos presenta bajo un aura de simpleza. Sin complicaciones ni contradicciones visibles. No hay contradicción porque la metáfora y la paradoja, que son sus fieles esposas, exigen verticalidad y confrontación. A cambio hay multiplicidad, libertad para decir sin discernimiento lo que a cada uno se le ocurra. El enunciado vale por sí mismo de argumentación, no hay que sostenerlo con razonamiento ni someterlo, como prueba de resistencia, al apretón de la duda. La enunciación reina por sí sola.

Ambas ideas tienen evidentes puntos comunes. Sobre todo, uno, el carácter visual. Existe lo que se ve. Las palabras tienen que estar escritas o transformadas en imagen para ser entendidas. A lo sumo pueden presentarse como música o canción. O, lo que es peor y más radical, se muestran como subtítulos. Las redes no hablan, subtitulan. Ya no existe el sano aburrimiento de la espera, ni la fértil oscuridad del silencio. Para no estar a solas con mis pensamientos, que tienden a complicarme la vida y a distinguir distintas capas en la verdad, saco el móvil y miro por su ventana. O hago una foto inesperadamente, no tanto para garantizarme el recuerdo como para confirmar que la realidad es real.

Por cierto: no conviene exagerar.

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