Guerras de arena y odio
«La normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, bajo la égida de Estados Unidos, ha roto el equilibrio militar inestable en la región»
Como si una ancestral quimera escondida bajo sus arenas en apariencia pacíficas sacara la cabeza llamando al combate, la antigua disputa de la propiedad del ... Sahara Occidental, un desierto por ahora baldío en supuestas riquezas, hace redoblar otra vez los tambores de guerra. Aquellos arenales inmensos, un vacío inhóspito tan extenso como la mitad de España, formaron parte de un imperio africano que no nos dio más que beligerancias y derrotas durante dos siglos. Causa asombro que aquellas geografías fueran reivindicadas con nombres tan sonoros y desacordes como el de Río de Oro, cuyo fruto único fueron guerras que ahogaban cualquier beneficio material o gloria honrada del poder español en decadencia. En aquellas latitudes africanas, se ahogaron hace un siglo con el horrendo broche de la batalla del Riff y el Desastre en Annual, las últimas pretensiones coloniales de España. Y sin embargo, allí permanecen todavía en alerta, desde Ceuta y Melilla, los fortines donde cumplían su servicio a la patria los reclutas pobres que, hasta el final de la colonia, hacían la mili en Sidi Ifni y El Aiún. Eran ellos héroes forjados en el último reducto de los tuaregs y esencia de un exotismo que alimentaba su orgullo patriótico cuando regresaban a la península.
No permanece en el espíritu español ni un solo resquicio de aquel colonialismo que se hundió sin gloria; no perdura pesadumbre alguna de aquellas crónicas tristes, ni memoria de ese tiempo de hazañas bélicas olvidadas que pudieran provocar vergüenza ahora, cuando aquellos arenales de escaso provecho son objeto de disputa nociva entre Argelia y Marruecos. Ese incendio bélico probable, tan cercano a España en este tiempo de distancias cortas, está desembocando en un enfrentamiento rabioso de los dos musulmanes países vecinos, reino y república. El majzén marroquí, enfervorecido por la oligarquía que rodea al rey Mohamed VI, alienta sus proyectos imperiales y azuza al vecino régimen argelino, intrigante y ambicioso, con el propósito de anexionarse la franja costera del Sahara Occidental que Argelia delega al Frente Polisario.
He aquí el desafío que amenaza abrir el precipicio de una guerra entre Argelia y Marruecos, que nunca lograron poner orden y concierto en sus relaciones desde que proclamaron su independencia ganando la batalla al colonialismo francés. El pasado uno de noviembre, un dron del ejército marroquí bombardeó a dos camiones argelinos en la zona desmilitarizada de la frontera defendida por el Frente Polisario y mató a tres ciudadanos argelinos. La escalada de amenazas y desencuentros había comenzado unos días antes: Argelia anunció que rescindía el contrato de explotación del gasoducto Magrev y cortó el suministro de gas a Marruecos y a España. Con el simple aviso de una semana, el gobierno argelino había cerrado a principios de setiembre su espacio aéreo a los vuelos marroquíes y el tránsito de una carretera de casi mil kilómetros que une el norte de Argelia con Agadir, la ciudad más poblada al sur de Marruecos. Por su parte, el rey de Marruecos celebró el solemne aniversario de la Marcha Verde de 1975, desafío marroquí que culminó con la retirada española del Sahara Occidental. Mohamed VI pregonó una vez más que ese territorio, sus provincias marroquíes del sur, forman parte del reino alauita. El presidente argelino Abdelmadjid Tebboune suspendió las relaciones diplomáticas con Marruecos y remató el reto con esta amenaza: «Juro por Dios que nuestra guerra no tendrá fin. Vengaremos la muerte de los tres ciudadanos argelinos asesinados por el ejército marroquí en tierra que no le pertenece».
Los musulmanes hermanos enemigos han pasado así de la provocación al desafío bélico. Tras la guerra diplomática iniciada en agosto con la ruptura de relaciones, Rabat y Argel se repliegan en un silencio que esconde una explosión impredecible marcada por dos antecedentes: el apoyo a la concesión del Sahara Occidental a Marruecos, firmado por Donald Trump y mantenido por Joe Biden, y la floreciente relación política y económica de Marruecos con Israel. Esta semana comenzarán los vuelos regulares entre Rabat y Tel Aviv y se acrecienta la colaboración de los servicios secretos de ambos países puesta en marcha hace casi un año. Argelia sostiene que el Mossad ha facilitado a Marruecos su asistencia técnica para llevar a cabo el espionaje a funcionarios argelinos. La normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, bajo la égida de Estados Unidos, ha roto el equilibrio militar inestable en la región, al punto de colocar a Argelia en cabeza del país africano mayor comprador de armas: casi diez mil millones de dólares en el 2020, una carrera armamentista acelerada por el conflicto del Sahara para igualar en soldados y en material bélico a Marruecos.
La perspectiva de la actual crisis energética y la diplomacia europea ausente e inoperante en la que España está atrapada, incapaz de normalizar sus relaciones con Rabat desde la crisis de primavera en Melilla, agranda la posibilidad de una tensión bélica en ese escenario del Magreb que mira al muy cercano sur español de Europa. Ante la gravedad del reto y la posibilidad de una guerra generalizada, Marruecos cuenta con el caparazón protector de Israel y Argelia confía en Rusia. Los dos países africanos se enfrentaron ya en la Guerra de las Arenas en 1963, cuando los militares lo exigían y los políticos lo desearon. No hay todavía voluntad política en ambos bandos que preparan la guerra sin aceptar ser los primeros en el ataque.
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