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Guadalupe, una mujer que nos llena de gozo y esperanza

Guadalupe, una mujer que nos llena de gozo y esperanza

«Fue una de las primeras mujeres del Opus Dei»

Ignacio Aparisi Laporta

Viernes, 10 de mayo 2019, 07:38

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En tiempos sombríos en los que la presencia del mal y la corrupción parecen campar por doquier, algunas noticias nos alientan y encienden con luz maravillosa el camino que nos ha tocado recorrer a cada uno en este mundo, permitiéndonos redescubrir todo el bien que nos rodea.

El próximo 18 de mayo tendrá lugar en Madrid la ceremonia de beatificación de la madrileña Guadalupe Ortiz de Landázuri (1916-1975). Los años universitarios en la Facultad de Químicas, antes y después de la guerra civil española, fueron ocasión de profundizar en sus hábitos intelectuales, buscando la verdad científica, empeño que nunca colisionó con su fe, pues supo realizar una verdadera síntesis entre su fe y su trabajo científico.

Fue una de las primeras mujeres del Opus Dei. Ahora se cuentan por decenas de miles y son ya mayoría entre los fieles de esta Prelatura. En enero de 1944, a través de un amigo, conoció a su fundador. Tenía 27 años. Descubrió que Dios le presentaba un camino de santidad a través de su trabajo. Conoció el espíritu del Opus Dei y decidió entregarse a Dios sin salir de este mundo. Fue una persona convencida de que el cielo era su destino y los quehaceres ordinarios su camino para llegar a él. Su decisión fue ya inquebrantable desde ese momento.

La canonización del fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, en el año 2002, y la próxima beatificación de Guadalupe confirman que la luz que Dios confió a aquel sacerdote de Barbastro no es solo para un grupo reducido de personas, sino para todos los cristianos que viven en las diversas circunstancias humanas, familiares y profesionales.

San Josemaría no se cansó de repetir a los cuatro vientos que la santidad permanece al alcance de cualquier persona. Su escondida senda, que diría el clásico, se ha hecho más presente que nunca y transcurre ancha por los ordinarios vericuetos de la vida, en medio de la calle, en las normales tareas cotidianas que nos ocupan. Es la llamada a la santidad que proclamará solemnemente el Concilio, que reflejan las palabras del Evangelio, de la buena nueva: sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Esta idea resuena en lo más íntimo del hombre cristiano, pero hay que decidirse a recorrerlo con fidelidad a Dios. Es ese heroísmo, a través de las realidades terrenas, al que nos animaba el papa Francisco en la 'Gaudete et exultate' (exultad y gozaos). El ejemplo de la santísima Virgen María, de San José, de los primeros cristianos que cambiaron el mundo... es un misterio de amor que quiera Dios que todas sus criaturas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Solo Él es el 'camino', la 'verdad' y la 'vida'. Guadalupe, acogiendo el espíritu secular de san Josemaría –es lo que nos dice ahora la Iglesia– anduvo por ese 'camino' en este mundo.

Guadalupe Ortiz de Landázuri pasó inadvertida gran parte de su vida, menos a los ojos de Jesús y de cuantos tuvieron la fortuna de aprender de su ejemplo y de disfrutar con su presencia. La sonrisa, de la que dejan testimonio constante sus imágenes, estampa su mejor tarjeta de presentación. Y es que los santos tienen su imperio, su brillo, su victoria, su lustre... Pero los santos son tales solamente por su referencia viva a Jesucristo, que es todo el secreto de su amor y de su alegría.

En pocas semanas tendremos en los altares a Guadalupe. Una mujer de la Prelatura del Opus Dei, química de profesión. Será la primera entre sus miembros laicos que alcanza el marchamo de santidad de la Iglesia en esa ya muy extensa familia espiritual desplegada por los cinco continentes. En estos momentos en que asistimos a la revolución de las mujeres –que tantas cosas positivas entraña y cuyas grandes oportunidades de mejora nos afectan a todos– resulta bien significativo el dato, y hasta lógico, cabría decir.

Lo bueno no siempre vende y las miserias resultan más proclives a ser noticia. Es lógico que lo negativo tenga un reflejo publicista desmesurado. Ahora bien, ese ruido no impide que seamos conscientes de que la mayoría de las personas son buenas. Certeza incontestable que nos llena de gozo y esperanza.

En modo alguno los modelos negativos de conducta son la norma, y mucho menos entre los cristianos. Tenemos la fortuna de haber sido testigos veraces de cuánto bien ha sembrado en nuestras vidas el ejemplo de los santos. Puede ocurrir que no los hayamos conocido personalmente, mas no por eso nos resultan lejanos, irreconocibles o completamente ajenos a nuestras cuitas. No son, como antaño se decía, tan admirables como inimitables. Muy al contrario, contagian, atraen, ayudan, animan, remueven y vivifican nuestro propio entorno.

Guadalupe también puso en marcha hermosas iniciativas sociales con una identidad cristiana decidida, como la que impulsó en México y cuya huella perdura, pues no fue un fugaz empeño, sino un modelo de desarrollo sostenible y creciente, un claro testimonio de la nueva evangelización en salida y hacia las periferias: la granja escuela Montefalco, en el estado de Morelos, es ahora un foco de promoción cristiana, humana y económica en un entorno deprimido, en beneficio de muchas familias agricultoras de la zona, no precisamente las más favorecidas en bienes materiales, pero sí, como a menudo sucede, en los espirituales. Pero si la Iglesia glorifica a Guadalupe no es por lo que hiciera materialmente, sino por su lealtad y fidelidad el espíritu del Opus Dei en su trabajo, en su familia, en su apostolado…

También se cumplió en ella el misterio de aprender enseñando. Su ilusión profesional por la química y la docencia fue más tarde un excelente campo de pruebas para quien decidió alcanzar la santidad mediante un trabajo profesional, lleno de Dios y de los demás, en amistad con Cristo. Supo poner sus dotes al servicio de la Iglesia siendo fiel a su compromiso de Amor, con desenfado, afán de aventura, sacrificio gustoso y alegre, docilidad a la gracia y a los santos que la guiaron: san Josemaría y el beato Álvaro del Portillo. Encarnó la semilla que lanza a voleo el sembrador.

Guadalupe falleció el 16 de julio de 1975, fiesta de la Virgen del Carmen. Creo que si una palabra la define sería la de pionera. Universitaria, científica, profesional, docente, emprendedora... y, por encima de todo, santa. El ejemplo de las virtudes con que sembró el Espíritu Santo la vida de Guadalupe nos apela en lo más vivo a todos; y solo me queda rogar para que sepamos aprender de ella y sean muchos los que sigan en su vida ordinaria esos humanos caminos divinos de la tierra que por inspiración del Señor enseñó san Josemaría.

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