Cambio de hora: entre las maniobras de distracción y el rigor seudocientífico
La ciencia no tiene mucho que decir en esto, aunque algunos se agarren a estudios de biorritmos que no tienen en cuenta que la forma de organizarnos el trabajo y las comidas en España es bastante peculiar. Las horas de sol son las mismas hagas lo que hagas
Hace justo un año escribí en este periódico sobre el cambio de hora, un tema que aparece cada seis meses como un reloj. Esta semana, ... sin embargo, ha ganado protagonismo porque desde las alturas han decidido ponernos a debatir sobre ello, en un clásico ejercicio de distracción para que no prestemos demasiada atención a otros asuntos. Cediendo a la trampa por una buena razón, empecemos recordando que el verdadero problema no es tanto el cambio de hora, sino los hábitos españoles. Aquí seguimos aferrados a costumbres peculiares: comemos no antes de las dos y cenamos no antes de las nueve. En otros países, almuerzan a la una y cenan a las siete, práctica quizá razonable si te levantas a las seis, quieres tener vida familiar y aspiras a dormir ocho horas.
Mi razón para sumarme a este debate inducido es que han sacado a relucir «la ciencia». Asociaciones con nombres rimbombantes -que malicio están formadas por cuatro amigos espabilados- han presentado informes a medida que respaldan la postura del gobierno, sea cual sea, porque esto no es más que una cortina de humo. Un comité de expertos, creado expresamente para estudiar el asunto, concluyó en su día que lo mejor era dejar todo como está. Pero, como suele pasar cuando una comisión no dice lo que se espera, su informe acabó en un cajón. También se ha aireado una encuesta de la Unión Europea, un ejercicio de «muestra autoseleccionada» en el que solo participan los más apasionados por el tema, lo que la hace completamente inútil. En resumen, nadie sabe aún qué quieren los europeos al respecto, porque nadie se lo ha preguntado de forma rigurosa.
El debate sobre el cambio de horario, en esencia, se reduce a una elección: en Valladolid, durante junio, ¿prefieres que amanezca sobre las seis menos cuarto de la mañana y anochezca a las nueve, o eres de los que defienden el «horario de verano» actual, con el amanecer a las siete menos cuarto y tardes que se extienden hasta las diez? Para el invierno, el menú es un amanecer a las nueve menos cuarto que anochezca sobre las seis de la tarde. Esto último permite que los niños salgan del colegio aún con luz, algo que, personalmente, me alegraba mucho en los años ochenta cuando dejaba San Viator a las cinco y media.
Siguiendo con la vena personal, soy madrugador, pero me parecería un desperdicio que en verano amaneciera tan temprano. Esas horas, antes de que pongan las calles, no se aprovechan del todo. En esa época, prefiero una tarde larga para disfrutar con amigos. En invierno, en cambio, también valoro que anochezca lo más tarde posible. Me resulta deprimente que el sol se ponga a las cinco de la tarde, como ocurriría si cambiásemos de huso horario. Ese horario me recuerda a las tardes cortas de mis años en Inglaterra, donde anochecía a las cuatro. Claro que allí comía a las doce y cenaba a las seis, adaptándome al ritmo del país.
En resumen, que la ciencia no tiene mucho que decir en esto, aunque algunos se agarren a estudios de biorritmos que no tienen en cuenta que la forma de organizarnos el trabajo y las comidas en España es bastante peculiar. Las horas de sol son las mismas hagas lo que hagas. Cambiar o no la hora cada seis meses y, sobre todo, si quedarse en el horario de verano o en el invierno si dejamos de alternar es más un tema de costumbres y de conveniencia que una cuestión que se resuelva con ecuaciones.
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