Los fenómenos invisibles
Crónica del manicomio ·
Donde antes había hechicerías y ensalmos, ahora hay nacionalismos e ideologías. Y donde nos acosaban espíritus y demonios, hoy nos rodeamos de noticias ilusorias que aceptamos como ciertas a sabiendas de que son falsasEl mundo del pensamiento, hasta hace unas décadas ocupado principalmente por filósofos, historiadores o psicólogos, ahora es cultivado de forma dominante por sociólogos. Los elementos ... sociales gobiernan hoy las explicaciones.
Apenas acaban de diagnosticar algún cambio de gustos, costumbres o mentalidad, cuando ya otras modificaciones se imponen a la visión de los sociólogos contemporáneos y desmienten su percepción precedente. Esto hace que sus ideas sean muy dúctiles y variables y por ello mejor acomodadas a estos tiempos frágiles, fluidos y casi furtivos. Así como las verdades filosóficas eran sustanciales y permanentes, las sociológicas son, por definición, efímeras y circunstanciales.
Un buen ejemplo es el dictamen que algunos emiten sobre las sociedades occidentales, que consideran dominadas por el consumo, la competencia y el pragmatismo, mientras han perdido algunos valores hasta el momento fundamentales, como la paciencia, la espera y la confianza en los fenómenos invisibles. Las dos primeras desapariciones se dan ya por supuesto y gozan de un asentimiento general, pero llama la atención la tercera. Nos cuesta imaginar ese pasado donde las personas estaban preocupadas de continuo por supersticiones, sucesos mágicos y un ir y venir de ángeles y diablos muy interesados en guiar, sostener o zancadillear nuestra vida diaria.
Es cierto, sin embargo, que otros sociólogos –a saber cuántos– no son partidarios de interpretar la sociedad bajo esta perspectiva de cambio, y se encuentran más a gusto destacando lo que permanece y no varía por debajo de la superficie. Estos sostendrán, más bien, que el hombre no solo es un animal desterrado de la naturaleza, sino también un hombre engañado, y lo que ha cambiado es simplemente el procedimiento del engaño y autoengaño. Donde antes había hechicerías, agüeros y ensalmos, ahora hay nacionalismos e ideologías. Y donde en el pasado nos acosaban espíritus y demonios, hoy nos rodeamos de noticias ilusorias que aceptamos como ciertas a sabiendas de que son falsas.
En definitiva, la creencia en fenómenos invisibles no se ha perdido en absoluto. Lo único que ha cambiado es su figura y sus máscaras. Las imágenes antropocéntricas ya no son necesarias para sostener la presencia de fuerzas ocultas en las que creemos a ciegas. A la irracionalidad posmoderna le basta con llenar la cabeza de populismos y promesas, y a la nueva superstición le sobra con creerse las mentiras a sabiendas de que no son ciertas.
Y el mismo contraste de ideas podemos plantearnos cuando algunos sociólogos nos advierten de que han desaparecido los valores religiosos, los rituales y el culto a la tradición. Pues pronto, otros sociólogos nos demuestran que la fe ciega persiste, que la liturgia de tomarse unas cañas está férreamente instalada y que la unidad de España es indisoluble y perpetua.
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