El empoderamiento
Crónica del manicomio ·
Y si ella se rebela para librarse de su esclavitud, aún se encuentra enfrente con quien mata, se lía a mamporros y defiende sus regalías mientras aprieta la cuerda de la potestadEn mi entorno siempre hay dos empoderamientos pendientes, el de la mujer y el del loco. Uno me atañe como ciudadano del mundo y, el ... otro, sin dejar de participar en el mismo motivo, me incumbe también como profesional.
No sorprende que vayan juntos, pues a los dos los une participar en un mismo proceso de sometimiento y déficit de libertad. Ambos han sido sojuzgados secularmente, uno, al poder de la razón, y la otra, al poder de la virilidad.
La palabra es muy fea. Es cierto que no sabemos enunciar los criterios para destacar la belleza de las palabras, como nos pasa también a la hora de distinguir lo sublime o lo vulgar, pero es evidente que hay palabras bellas y otras antiestéticas. Empoderar es de las más feas. Quizá por ello sea tan manipulable y sujeta a engaños, lo que nos llevaría, de paso, a confirmar que estética y ética van siempre de la mano. Lo bello es bueno casi siempre, por eso, cuando no lo es, lo llamamos siniestro, que es más que feo.
Pero, al margen de estas consideraciones verbales, la falacia del empoderamiento, de sus procedimientos y de sus resultados, nos obliga a buscarle una explicación, que en este caso pertenece más a la física que a la sabiduría. El poder es cuantitativamente limitado. El poder, como la energía, al menos a escala humana, ni se crea ni se destruye, se traslada. La masa de poder está tasada, y para enriquecer a uno, otro tiene que perder su quantum de carga.
Así, para empoderar al loco tenemos que valorar primero cuánto poder le va a ceder el psiquiatra. Sin esta ecuación, el empoderamiento será una farsa y discurrirá como un simple escenario publicitario o una representación dramática. Y lo mismo sucede con la mujer que, para empoderarla, obligatoriamente el varón debe perder parte de sus privilegios y los atributos que la sociedad patriarcal le concede gratuitamente. Y esto no está alcance de todos.
Para empoderar a un loco, que lo necesite y admita, pues muchos viven a su gusto y mejor acomodo, no basta con ofrecerle la minusvalía, mejorar su autoestima y ayudarle a trazar un proyecto de vida personal. Todo eso es mera palabrería mientras el psiquiatra no renuncie a utilizar el diagnóstico como un instrumento de poder, a dirigir las conciencias y a normalizar a la gente. Si el psiquiatra no se sitúa en un lugar más modesto y se limita a acompañar a 'su paciente', tarea compleja donde las haya, el loco no puede beneficiarse del poder que el psiquiatra va liberando y que ofrece al uso de los demás.
Del mismo modo, si el varón no cede el poder que impone con sus atributos viriles y su ademán testicular, la mujer no puede empoderarse, pues no dispone del capital de fuerza que el macho acapara. Y si ella se rebela para conquistarlo y librarse de su esclavitud, aún se encuentra enfrente con quien mata, se lía a mamporros y defiende sus regalías mientras aprieta la cuerda de la potestad.
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