El Senado, en el foco
Es necesario revisar el papel de la Cámara alta, que ganaría protagonismo como contrapeso del PP a un Gobierno de Sánchez
En una legislatura que se presume extremadamente convulsa, el Senado está destinado a tener un protagonismo casi desconocido desde la Transición si Pedro Sánchez consigue ... formar Gobierno con la variopinta colección de socios de su anterior mandato y el imprescindible apoyo de los independentistas de Junts. La holgada mayoría absoluta de la que el PP dispone en la Cámara alta le ofrece una privilegiada plataforma para utilizarla, en tal supuesto, como contrapoder dentro de las competencias que tiene atribuidas. Eso sí, habría de emplear esa herramienta con tanto tino político como sentido de la responsabilidad, sin incurrir en un infantil filibusterismo parlamentario, para eludir el riesgo de que se le volviese en contra.
Como sucediera desde la triunfante moción de censura a Mariano Rajoy hasta la convocatoria de las siguientes elecciones, la correlación de fuerzas tras el 23-J contribuye a reforzar el Senado como caja de resonancia de la estrategia opositora de los populares a un hipotético Ejecutivo «de progreso». Su mayoría permitiría manejar los tiempos de debate y votación de las iniciativas del Gobierno. También ralentizar la aprobación de proyectos de ley –si fueran vetados o enmendados, el Congreso podría revertir la decisión–, crear comisiones de investigación sobre actuaciones del Gabinete y contra el criterio de las formaciones que le apoyan o reprobar a ministros, lo que no supone su relevo. Tales circunstancias, que suponen un arma de doble filo para el PP, pondrían el foco sobre una organismo relegado a un segundo plano y que no necesita ruido a su alrededor para ganar notoriedad, sino una revisión de su papel en el entramado institucional para tener una utilidad que ahora se le cuestiona.
Aunque la Constitución lo define como un órgano de «representación territorial», la falta de un necesario consenso entre los grandes partidos para reformarlo en un sentido acorde a un Estado que se autodenomina «de las autonomías» ha reducido básicamente su papel al de Cámara de segunda lectura. Lo razonable sería convertirlo en un foro en el que las comunidades plantearan sus inquietudes y participaran directamente en la toma de decisiones que afectan a la gobernación del país. Pero cuestiones de ese calado, que pueden requerir cambios en la Carta Magna, se antojan un imposible mientras el frentismo domine la política española.
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