OTAN, pero menos
«La estrategia comunitaria, más que nada porque no hay otro remedio, vuelve los ojos a Julio César y asume que la única manera de mantener la paz es prepararse a fondo para la guerra»
La carta de Pedro Sánchez al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, pidiéndole que lo de la inversión del 5% del PIB en ... defensa de cada socio sea «opcional», ha provocado la ira de la mitad de la comunidad internacional. Y la risa de la otra mitad. Con la que está cayendo, hace ya muchos meses que el funambulismo de los falsos neutrales sirve para poco. Sobre todo cuando la promesa electoral del presidente de los Estados Unidos de terminar con las dos guerras más televisadas de la historia (recordemos que todavía hay 56 conflictos armados que involucran a 92 países del mundo) parece encallarse y hasta encallecerse, por no decir que estrellarse en el fracaso.
Parece más que probable que las dos semanas que el payaso presidente se ha dado para dar la orden de que sus F-22 ataquen a los ayatolás se vuelvan una vez más en su contra, como le ha ocurrido con los aranceles. Pero no creo que haya una imagen más inquietante que la de un tonto con un botón nuclear en la mano. Lo único bueno de todo esto es que no solo los republicanos, sino ya al menos la mitad de los trumpistas, han empezado ser conscientes de en manos de quién han dejado el partido, el país y el mundo entero. Solo el miedo a ser declarados no adeptos al régimen, es decir, al presidente, les impide todavía alzar la voz.
Mirando para casa, el apremio de la OTAN encuentra a Pedro Sánchez en uno de sus peores momentos de credibilidad. Si en 2024 The Economist hablaba de él como «un estratega astuto y despiadado», ahora los medios extranjeros coinciden en señalar que el estratega ha alcanzado su máximo nivel de fragilidad a causa de la corrupción. En estos días Sánchez ha vuelto a lanzar a los suyos a predicar sobre los riesgos de la ultraderecha y la necesidad del salvamento de la democracia. Lo que tiene su gracia, pensando en el presidente que más ha minado en la historia la credibilidad de la propia democracia, empujándola escandalosamente hacia la demagogia.
La demagogia, decía Lincoln, consiste en «vestir las ideas menores con palabras mayores». Y así la demagogia de hablar de un «ejército de paz» como opción eterna de España en el seno de la comunidad internacional ha servido mientras los Estados Unidos hacían el gasto militar y el resto de los socios europeos aportaban más para compensar lo que no poníamos nosotros. Pero ahora parece que las cosas ya no son así, y que la estrategia comunitaria, más que nada porque no hay otro remedio, vuelve los ojos a Julio César y asume que la única manera de mantener la paz es prepararse a fondo para la guerra. Con todo lo que tienen las armas de seducción para acabar dándoles uso.
En favor de Sánchez hay que decir que, desde Alfonso XIII, lo de la falsa neutralidad de los españoles en los conflictos internacionales ha sido una tendencia sistémica. Franco fue neutral en la segunda guerra mundial porque los países implicados en el conflicto ya se habían aplicado lo suficiente en destruir España para entrenarse en la destrucción de Europa. Después resultó algo menos neutral en la guerra fría, cuando les cedió a los estadounidenses las bases de Rota y Morón a cambio de salir del ostracismo. Esas mismas bases que ahora nos ponen en los objetivos de los iraníes, si la guerra de Gaza se expande. Y al estratega Sánchez, con medio gobierno declaradamente pacifista y lo que queda de la oposición a la izquierda todavía más, lo único que le va a quedar por hacer es imitar al general y decir que lo mejor que tiene que hacer un gobernante es no meterse en política. Y pagar la cuota. En esas estamos.
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