Canción triste de J. L. Ábalos
«Hoy se ve repudiado por los suyos, olvidado y tachado de corrupto. Solo, en la cárcel, sabe que su destino es tan incierto como oscuro»
Lo tuvo todo y lo ha perdido todo. De un plumazo, ha pasado de pernoctar en los más lujosos hoteles a hacerlo en la fría ... sobriedad de Soto del Real. Comió en los mejores restaurantes, viajó en coche oficial, tuvo escoltas, todo el mundo le rendía pleitesía y su poder fue grande, enorme, influyente. Gozó de la confianza absoluta de su jefe, Pedro Sánchez, y disfrutó de estar en la cúspide del Gobierno y del Partido Socialista. Era el hombre de moda, el que recibió, nada menos, que el encargo de Sánchez de prologar parlamentariamente y presentar la moción de censura que le llevaría finalmente al poder. Ahora, el presidente le niega y afirma que para él ha sido «un gran desconocido en lo personal». Roma, como se ve, no paga traidores.
Cuesta creer, ironías de la vida, que la intervención en la sesión que entronizó a su jefe se basará en la corrupción, en lo nefasta que era y en cómo había que erradicarla. Una declaración de intenciones que incumplió de la cruz a la raya una vez que ocupó dos despachos, uno como ministro de Fomento (el de mayor poder de gasto de todo el Ejecutivo) y otro en Ferraz (sede de la dirección del PSOE). A él, entonces, no le tosía nadie. Pero fue llegar a eso que llaman «el poder» y empezar a ejercerlo con una vorágine de fiestas, farras, señoritas, mariscos, copas y palmeros alrededor que le bailaban el agua para asegurar sus propios negocios de cariz turbio.
José Luis Ábalos Meco, encontró la horma de su zapato en un recomendado de Santos Cerdán, un aizcolari llamado Koldo Izaguirre que entró a su servicio como chófer y terminó siendo mucho más que su valido, prácticamente su alter ego. Koldo, sin duda, era el más listo, lo mismo llamaba con determinación a a un ministro que colocaba a gente en la Administración. De portero de burdel, pasó a atesorar un poder enorme por su sentido práctico de la vida. Suministraba entradas de fútbol, acceso a recintos reservados, chicas de compañía, objetos deseados y dinero en metálico que nadie preguntaba de dónde salía. Eran los días de vino y rosas, en los que Ábalos disfrutaba de una vida de ensueño, a todo tren, llegando incluso a colocar a sus jóvenes novias de pago en empresas públicas y en los viajes oficiales del ministerio. Todo en nombre del sacrosanto progresismo con el que se autodefinía el Gobierno del que formaba parte. «Soy feminista porque soy socialista», afirmaba.
Hoy se ve repudiado por los suyos, olvidado y tachado de corrupto. Solo, en la cárcel, sabe que su destino es tan incierto como oscuro. La fiscalía le pide 24 años de prisión y hasta la celebración del juicio estará a la sombra, con lo que, previsiblemente, empalmará una pena provisional con otra definitiva. Dicen que está anímicamente abatido, hundido, que se siente traicionado y que constata cómo sus antiguos compañeros no han movido un dedo por él. Por eso es peligroso para el PSOE y también para quienes le encomendaron trabajos tan delicados como gestionar la estancia de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez en España o el rescate económico de la aerolínea Air Europa. A sus compañeros y cuates de aquel entonces les ha hecho llegar un mensaje inquietante: «No voy a caer solo». Sus allegados, al parecer, tienen munición preocupante para el sanchismo mientras su entorno recurre a una estrofa de Lorca a modo de aviso: «Ya se acabó el alboroto y ahora empieza el tiroteo». Permanezcan atentos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión