Más allá de Eurovisión
Es cuestionable poner en duda el sufragio popular cuando disgusta su veredicto
La celebración anual del festival de Eurovisión volvió a proyectar esta edición, además de las actuaciones musicales que en 2024 convocaron a 163 millones de seguidores en todo el mundo –con especial predicamento entre los jóvenes de 15 a 24 años–, una nueva polémica política y social. Esta vez, por la presencia de Israel en plena e insufrible masacre del Gobierno de Benjamín Netanyahu en la Franja de Gaza, una cruel ofensiva insoslayable como también lo era que la candidata del país, Yuval Raphael, sea una superviviente de la brutalidad de Hamás. Puede resultar superficial y desmedido que un asunto de semejante relevancia geopolítica, que implica terribles vulneraciones de derechos humanos, se airee en un marco tan propicio al divertimento intrascendente. Pero es ocioso, también, pretender que un certamen que en sus 69 años de historia ha atravesado avatares al margen de lo estrictamente musical –el penúltimo, la expulsión de Rusia en 2022 por la invasión de Ucrania– se enclaustre en la hornacina de lo 'apolítico' como si los eurofans, y singularmente los televotantes, tuvieran extirpado su juicio crítico. Por ello precisamente, y salvo que se descubran irregularidades, es cuestionable poner en duda el sufragio popular de manera sobrevenida cuando disgusta su veredicto.
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