EEUU: tareas pendientes
«Tras la cuasi ruptura entre Washington y Bruselas, lo lógico sería ahora el estrechamiento de relaciones, no como acción refleja sino como medio para reconstruir una solidaridad occidental muy deteriorada»
La resistencia de Trump a reconocer su derrota y a entregar caballerosamente el poder a su sucesor en la presidencia de Estados Unidos demuestra la ... indecente catadura moral del histrión que ha gobernado la primera potencia de la tierra en lo que se puede calificar de fracaso coyuntural del sistema representativo norteamericano. Solo una sociedad enferma puede otorgar tanta preeminencia a un irresponsable sin principios, por lo que la principal tarea pendiente del nuevo equipo habrá de ser sanar ideológicamente a los norteamericanos, coser las rupturas que se han abierto, restaurar la unidad del país, regenerar el incipiente estado de bienestar para devolverlo a los niveles en que lo dejó Obama. y, por supuesto, reubicarlo en el mundo, de forma que pueda volver a ser el modelo de pluralismo democrático que siempre ha sido desde hace más de dos siglos.
Con toda evidencia, lo más importante de toda esta tarea de cara al exterior ha de ser la reconstitución del multilateralismo, que fue la consecuencia más clara de la segunda guerra mundial, y que se reforzó con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la consiguiente desaparición del modelo colectivista, cuyo fracaso material lo desprestigió definitivamente. La reconstrucción de la ONU, que debe ser el gran instrumento de resolución de conflictos y el gran acicate para el progreso y la paz, ha de pasar por la reconstitución de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización Mundial de Comercio, sin olvidar otras instancias, como la Unesco, también deterioradas por el paso voraz del primario Trump.
Otra cosa será el replanteamiento de las relaciones de Washington -y de todo Occidente- con China, ya que es evidente que la que está llamada a ser primera gran potencia económica dentro de poco -su fuerza demográfica es imparable- deberá acabar respetando las civilizadas reglas de juego que vertebran la globalización. China no es un país colectivista, no es el sucedáneo de la vieja e inepta URSS, sino que es un curioso modelo productivo basado en la competencia y el mercado en que los actores no disfrutan de las libertades civiles occidentales y se conforman con una rígida dictadura que, al mismo tiempo que consigue combatir la pandemia por medios militares, les priva de la capacidad de autodeterminación personal, social y política. No es de recibo, en fin, que China compita con Occidente con ventaja porque realiza sistemáticamente 'dumping' social. Ni lo es que persista en apropiarse de la propiedad intelectual de otros países.
Tras la cuasi ruptura entre Washington y Bruselas, lo lógico sería ahora el estrechamiento de relaciones, no como acción refleja sino como medio para reconstruir una solidaridad occidental muy deteriorada, basada estratégicamente en la OTAN, capaz de proporcionar seguridad a nuestros países al tiempo que les impulsa hacia una gran modernización, que debe incluir la decarbonización, que no puede hacerse sin el concurso de los Estados Unidos y de China, los mayores 'contaminadores' del planeta. El regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París es en sí mismo un avance de grandes proporciones, pero además dejará a China en una ominosa soledad, que justificaría las presiones comerciales en tanto el gran país asiático no se adapte a los requerimientos a que obliga el salvamento del planeta. La canciller alemana, Angela Merkel, lamentablemente de salida en su país, se apresuró el sábado a reconocer la victoria del candidato demócrata y este lunes compareció ante la prensa para destacar la voluntad de trabajar «codo con codo» con «su aliado más importante» para hacer frente a los grandes retos globales.
Se ha visto que el desnortamiento de los Estados Unidos ha producido un grave desequilibrio en la estabilidad de todo el orbe, por más que Trump pueda alardear con razón de no haber provocado ninguna guerra. Ahora, los propios norteamericanos, y sobre todo el sector conservador que se ubica bajo el paraguas del partido republicano, deben aprender la lección para reforzar y regenerar sus organizaciones políticas, de forma que sean instrumentos de selección de elites más depuradas que actualmente. Trump ha sido una terrible piedra en el zapato de la humanidad, que a punto estuvo de dejarnos cojos para siempre.
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