La negativa de Donald Trump a aceptar la victoria de Joe Biden en las presidenciales no solo revela la dificultad del todavía inquilino de la ... Casa Blanca para metabolizar su derrota, ni se reduce a la denuncia por redes sociales de un fraude electoral sin aportar indicio o prueba alguna. La resistencia de Trump a abandonar la presidencia compromete a las instituciones porque empieza a bloquear el acceso de Biden y Harris al estatus de presidente y vicepresidenta electos, mediante un control abusivo sobre la Administración de Servicios Generales, con lo que impide los preparativos para la transición al frente del país. Situación que ni siquiera podría justificarse por los distintos recursos judiciales que el presidente saliente ha instado a poner en marcha, a través del ministro de Justicia, a aquellos fiscales que se muestren dispuestos a secundar su resistencia. O por la necesidad de preservar el conteo pendiente de votos para algunos escaños parlamentarios. Tal estrategia tendría una explicación política en la segunda vuelta de las elecciones al Senado por Georgia, a celebrar el próximo 5 de enero, de cuyo resultado dependerá el dominio republicano sobre esa Cámara.
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El partido de Trump necesitaría no darse por vencido para mantener el pulso en tan cruciales comicios. Pero el precio de la maniobra es tan alto para la credibilidad de las instituciones, la estabilidad del país en medio de la pandemia y la cohesión ciudadana que solo puede entenderse como desafío abierto a los fundamentos de la democracia. Puesto que, según la lógica de Trump, ninguna resolución judicial adversa a sus intereses será capaz de hacerle rectificar respecto a su proclama de que el fraude electoral estaba organizado de antemano. En otras palabras, sólo la aceptación previa por parte de Trump del veredicto que dicten los tribunales competentes sobre el recuento en tales o cuales circunscripciones –empezando por la admisión o no a trámite de los recursos– podría dar visos de racionalidad procedimental al empeño.
Pero la arremetida contra el escrutinio general está siendo tan burda que le resta todo sentido político, haciendo incomprensible el sometimiento del Partido Republicano a semejante huida hacia adelante. La negativa del mandatario a aceptar la derrota no tiene precedentes en la historia estadounidense, pero podría crearlos. Lo que obliga a las instituciones a plantearse las modificaciones necesarias en el sistema electoral para evitar que vuelva a ocurrir algo así.
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