La ducha
Crónica del manicomio ·
El cultivo de las pequeñas cosas es lo que realmente nos hace rectos. Los trabajos, los proyectos, los amores o las luchas los llevamos con nosotros para proporcionar arquitectura a la vida y dotarla del suficiente deseoUn baño casero puede ser muy placentero, pero nada es comparable a una ducha tomada a tiempo. No es lo mismo sumergirse en el agua ... y chapotear con gusto en su caldo, que sentir el golpe del agua en tu cuerpo. A veces, la felicidad física tiene que ver con algo tan sencillo como esto.
Los cultivadores de las pequeñas cosas que, dicho sea de paso, son la aristocracia de la sociedad, estarán probablemente de acuerdo en incluir la ducha en su vademécum de placeres minúsculos. Junto al canto de un gallo, el tañido de una campana o la imagen de una pared desconchada, la ducha presenta sus credenciales para ser incluida en el panteón de los dioses diminutos.
Cada uno tiene sus duchas en el recuerdo. Las que le gustaría disponer de continuo y en cualquier circunstancia, y las que se reserva indemnes en la memoria por si el intento de repetirlas pudiera desnaturalizarlas. Yo tengo dos guardadas. Una, en una playa portuguesa, 'praia do Meco', donde un manantial desde lo alto del acantilado arrojaba agua a plomo y sin dueño. Agua fresca sobre la espalda que, en silencio, se resarcía de una tarde de fuego.
La otra es más remota. Más lejana en el espacio y en el tiempo. Se remonta a 1980, en una isla de las Antillas, en San Vicente, junto a las Granadinas. Un potente chorro de agua fría rompe la rutina de varios días sin higiene y sin más agua que la de bebida en medio del sofoco.
La ducha caliente, en cambio, es más socorrida y frecuentada. No es una excepción irrepetible. Es la ducha diaria que cuando se toma caliente –hasta en verano hay que hacerlo–, nos saluda con alegría y nos demuestra, contra todo pronóstico y plática, lo fácil que es alcanzar la felicidad de repente y sin quererlo. Hay días que uno, quizá por falta de ambición, o quizá por todo lo contrario, no pediría nada más ni al destino ni a las Gracias. Al fin y al cabo, cualquiera está más completo cuando se contenta con poco que cuando todo le parece insuficiente.
El cultivo de las pequeñas cosas es lo que realmente nos hace rectos. Los trabajos, los proyectos, los amores o las luchas los llevamos con nosotros para proporcionar arquitectura a la vida y dotarla del suficiente deseo. En cambio, las pequeñas cosas no vienen a defendernos de ningún enemigo o impedimento. No son ningún remedio. Son lo que son, simplemente. Son gratuitas, efímeras y se agotan en sí mismas. No hay nada comparable a entrar en una frutería, remar en una barca, acariciar un árbol o leer un párrafo perfecto, para sentirse reconocido y completo. Son hechos aislados, autónomos, que se nutren de si mismos, que acaban como empezaron y que nos sirven al máximo sin servirnos para nada concreto. Se dice que una imagen vale por mil palabras, pero una ducha a tiempo hace de discurso entero.
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