Diez años sin miedo
Editorial ·
ETA, que nunca debió existir, desapareció porque no le quedó ni un resquicio para perpetuarse y por el triunfo del Estado de DerechoEl anuncio de ETA de que renunciaba a la actividad terrorista, hace ahora diez años, y su ineludible desaparición posterior despertaron al País Vasco y ... a toda España a un amanecer de sosiego y esperanza. Los perseguidos por la banda terrorista sintieron, aun desde la desconfianza inicial, el alivio de volver a vivir. El resto de la sociedad recibió el final de la violencia con la sensación generalizada de que se trataba de un hecho irreversible. Que el terror no volvería a apagar la luz que precisa la convivencia. Que el ejercicio de las libertades y de la política misma no serían por más tiempo objeto de la coacción terrorista. Pero aquellos momentos de liberación dieron lugar también a la renuencia a volver la vista atrás, a actitudes de olvido inmediato, mientras el rescate de una memoria justa y compartida se hacía imposible porque los recién desarmados se empeñaban –y continúan empeñándose– en preservar su honorabilidad de pretendidos 'gudaris' reivindicando el más atroz de los pasados.
La alegría colectiva se vio acompañada del lacerante sufrimiento que continúan padeciendo las familias de las personas asesinadas, quienes resultaron heridos física y psicológicamente por la brutalidad de ETA, y las mujeres y hombres que aún siendo niños tuvieron que huir cambiando el rumbo de sus vidas. Porque ni todo el mal causado ha sido reparado judicialmente, ni todas las condenas de cárcel imaginables podrían restañar el quebranto moral que causan los 'ongi etorri' a los etarras, la vindicación del horror como un mal necesario o su justificación como consecuencia de un supuesto conflicto todavía irresuelto.
Diez años después del principio del fin de ETA vuelven a sucederse versiones de lo ocurrido que presentan la paz como una concesión de la banda terrorista a solicitud de la izquierda 'abertzale'. O como resultado de un confuso ritual entre contactos en Oslo, 'facilitadores' en Cambó y encuentros de aire internacional en Aiete. Todo con el propósito de disipar la verdad histórica de que ETA desapareció porque no le quedó ningún resquicio para perpetuarse frente a una sociedad que la aborrecía, y porque el Estado de Derecho se impuso a la intolerancia extrema y violenta. ETA nunca debió existir. Que fuese realidad nada menos que durante cincuenta años no puede convertirse en argumento para rememorar lo peor como un pasado merecido por todos y exento de culpas individuales, como una etapa en la vida de los vascos que no conviene enjuiciar.
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