Una reciente incursión en el libro de Eva Illouz sobre 'El fin del amor', que contiene un erudito estudio de las relaciones amorosas negativas, ha ... despertado de nuevo mi interés sobre la correspondencia de Elias Canetti con su esposa Veza. Porque lo sorprendente y difícil de digerir tras la revisión de esas cartas, que intercambian entre ellos y Georges, el hermano menor de Canetti, es el hecho de que no se despidieran en algún momento de su vida. Sin embargo, el empleo inusitado de la sinceridad, la inteligencia de los personajes y una atracción mutua a prueba de bomba, les mantuvo unidos hasta la muerte de ella. Su mutuo calor impidió que se separaran antes, a pesar de los mil motivos justificados que se perciben a lo largo de la lectura.
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Es precisamente este descaro de la verdad el que contrasta con las fórmulas farisaicas y taimadas que usan muchas parejas cuando rompen sus lazos. Los más turbios razonamientos se dan aquí cita para mostrarnos las feas anfractuosidades del alma. Dejo constancia, por ejemplo, de esa frase sibilina con que a veces los amantes se alejan intentando que no se vea la sangre que gotea de la puñalada: «vamos a darnos un tiempo». O esas otras que escenifican una estocada a sobaquillo aún más honda y desalmada: «mereces a alguien que te quiera mejor»; «lo último que quiero es hacerte daño».
Este tipo de expresiones, en apariencia condescendientes y bienintencionadas, esconden una actitud compasiva que hace dudar de la buena voluntad de los desapegados. La fina y transparente honestidad, que es la única forma de honestidad reconocible, se ensucia y embarra en cuanto uno de los protagonistas trata de ocultar verbalmente el desdén que le anima: «en este momento prefiero estar sola»; «necesito tiempo para conocerme». Es difícil humillar más alguien que cuando se echa mano de estas frases contemporizadoras y casi sarcásticas. Valgan también como muestra estas dos perlas que rescato de mi curiosa colecta de frases escabrosas: «me das más de lo que yo te doy»; «eres demasiado bueno para mí».
Es cierto que nunca es fácil poner palabras a la ruptura de los afectos, pero tampoco es necesario alambicarlos en exceso. Y mucho menos hay que caer en la debilidad, que roza el escarnio, de recurrir a argumentos que rayan con el desprecio: «no es por ti, es por mí», «no sentimos lo mismo», «necesito espacio».
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Visto lo visto, si observamos desde la lejanía las dificultades de los amantes para encontrar el tono verbal apropiado para una despedida, si es que existe alguno que no concluya en un agravio, caemos en la cuenta de los enormes obstáculos que lo impiden. Sin pretenderlo, acabamos admirando a los que se van sin decir esta boca es mía. Esa vieja fórmula, de no decir ni mu y dar la espantada, que hoy cursimente llaman 'ghosting' y antes 'despedirse a la francesa', se muestra a menudo como la más noble y oportuna.
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