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La crisis de la socialdemocracia

La crisis de la socialdemocracia

«En Gran Bretaña y España, Corbyn y Sánchez han recuperado terreno entre sus tradicionales votantes y, de manera especial, entre los jóvenes»

Vicente Rodríguez Carro

Sábado, 17 de agosto 2019, 08:03

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Venimos observando en los últimos tiempos un progresivo y preocupante declive electoral de los socialdemócratas europeos de forma más o menos generalizada. Algunos de ellos, sin embargo, como el PSOE, parece que están recuperando posiciones. Ante este resurgir, en medios internacionales de Francia e Italia se preguntaban si ello podría servir de ejemplo a otros partidos. De hecho, tanto en la común caída como en la común recuperación, se descubren también elementos comunes.

Justificado o no, el descrédito de los socialistas ante muchos votantes de izquierda, especialmente jóvenes, es un hecho. Estos han dejado ya de verlos como representantes de los menos favorecidos y garantes del Estado de Bienestar y los consideran, como mínimo, corresponsables de la política económica neoliberal que ha alimentado la crisis y permitido la profundización de la brecha entre ricos y pobres, dando lugar a la aparición de nuevos focos de exclusión social.

Después de la debacle del socialismo francés, ahora el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el viejo partido de Marx y Engels, faro en Europa del socialismo democrático y ya con más de 150 años de méritos por la democracia y el bienestar social en su país, ha llevado su declive a un resultado del 15,8% en las últimas elecciones europeas y, a día de hoy, las encuestas le dan ya solo un 13% en intención de voto. Dimitida por ello la cúpula del partido, el jefe de las Juventudes Socialistas (JUSOS), que se había perfilado como exponente del ala izquierda clamando en su día fuertemente contra la Gran Coalición con Merkel, tiene ahora todas las papeletas para hacerse con el mando. También los socialdemócratas italianos creen atisbar en un giro a la izquierda el horizonte de su recuperación.

Y parece, efectivamente, que un decidido giro a la izquierda es, para ello, condición necesaria. Así, por ejemplo, en Gran Bretaña y España, Corbyn y Sánchez han recuperado terreno entre sus tradicionales votantes y, de manera especial, entre los jóvenes, que se habían ido a la abstención o refugiado en nuevos partidos alternativos. También la nueva primera ministra danesa Mette Frederiksen, que, como Sánchez, acaba de ganar las elecciones, lo ha reconocido ante su electorado con estas palabras: «No nos abandonaron ustedes, les abandonamos nosotros, (pero ahora hemos vuelto)».

En el caso de Corbyn, su claro posicionamiento de izquierdas ha estado escenificado, además, por un sonado conflicto con el 'establishment' del partido. Después de ello, el laborismo ha consignado una gran afluencia de nuevos militantes, sobre todo jóvenes, y un inesperado ascenso en las últimas legislativas, que Corbyn ha atribuido a su giro social. Y, en el caso de Sánchez, todo apunta a que posicionamiento y conflicto, de forma similar, han aumentado su credibilidad y facilitado su éxito.

Sin embargo, sería prematuro dar esa vía por consolidada. Los socialistas británicos no han ganado todavía las elecciones y los que las han ganado, como españoles y daneses, aún han de demostrar con hechos de gobierno que la confianza puesta en ellos por los electores tiene razón de ser. Sánchez ha ofrecido un avance en sus 10 meses de gobierno antes de la convocatoria de elecciones, pero solo los socialistas portugueses ofrecen ya un éxito consolidado. Y este éxito demuestra que, de la mano de un indiscutible retorno a la izquierda, de los socialistas se espera, además, una gestión social competente y responsable, aunque difícil, del presupuesto y una decidida vocación europeísta, sin poner ésta en cuestión, ni salirse del marco institucional, ni obviar el reconocimiento de la realidad tecnológica y globalizadora característica de nuestro tiempo. Y ello porque esta realidad, así como el proyecto europeo, amén de ineludible, en muchos aspectos es deseable, y describe el contexto presente y futuro de nuestra civilización. De ahí la cautelosa reticencia de los socialistas portugueses (y, ahora, de Sánchez) a comprometerse demasiado con partidos a su izquierda.

El giro a la izquierda de los socialdemócratas, si quiere tener éxito, no puede quedarse en una táctica oportunista para ganar el presente, debe ser una auténtica «vuelta», como apuntaba la primera ministra danesa, para así reconciliarse con su propia historia y ganar el futuro. Avanzado el Estado de Bienestar y carente ya de vigor la utopía socialista que acompañó el nacimiento de esos partidos en el s. XIX, les queda aún como señero, si quieren seguir fieles a sí mismos, esa utopía de fondo a la que, aún compartida con otros demócratas, han sabido dotar de contenido añadiéndole substancia económica, y que se resume en dos palabras: democracia y humanismo.

Aún la humanidad sigue amenazada por la pobreza, la discriminación, las guerras y la destrucción del medio ambiente. Y la democracia, en nuestro entorno, tiene dos enemigos concretos a la vista: los populismos y, como acompañante de fondo, ese capitalismo desregulado que ha dado origen a la última crisis y amenaza el bienestar de la mayoría. Uno de sus exaltados voceros, el candidato de Trump a un puesto en la FED (banco central estadounidense), Stephen Moore, no ha tenido empacho en proclamar sus preferencias declarando que «el capitalismo es mucho más importante que la democracia». No falta, pues, tarea.

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