¡A correr!
«Y tanto más corremos en la medida en que huimos de donde no es posible hacerlo, de nuestra propia sombra, por lo que nos autoengañamos acelerando al máximo. Marchamos a escape, sin saber lo que nos jugamos en la escapada (...)
Uno, dos, tres…, diez…, cien. La gente se ha echado a correr y pasa a tu lado jadeando, sin mirarte pero controlando la frecuencia cardiaca ... y los tiempos empleados.
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No están claros los orígenes y motivos de este hábito. Algunos sociológicos se inclinan por observar en este galope una consecuencia, entre otras, de la aceleración vital que se ha impuesto en distintos ámbitos. Todo debe circular deprisa y corriendo, incluidos los pasos que vamos dando. El simple y lento caminar, que antes nos llevaba de paseo por los rincones de la ciudad, ahora nos arrastra atropellados. Se necesita correr como una necesidad de primer orden, y puesto que no se puede hacer trabajando, se espera con vivo anhelo el tiempo de ocio para cumplir a rajatabla con el nuevo mandato. Un anhelo inútil, por lo demás, que durante los meses de confinamiento se transformó en ansiedad y convirtió a los corredores en toros encajonados.
Los psicólogos, en cambio, lo enfocan desde otro plano. Para muchos de ellos, la presencia de tanto 'runner', que es como se designa ya a estos velocípedos humanos, es el indicativo de un profundo temor. A su juicio, no se trata tanto de salir a correr sino de salir corriendo de algún lado. Enfatizan mucho en este matiz. Al que añaden, como más probable, la peculiaridad de salir huyendo de nosotros mismos, ante el temor creciente de no aguantarnos. Y tanto más corremos en la medida en que huimos de donde no es posible hacerlo, de nuestra propia sombra, por lo que nos autoengañamos acelerando al máximo. Marchamos a escape, sin saber lo que nos jugamos en la escapada y en la celeridad.
Otros lo ven de distinto modo, y creen más bien que al correr no escapamos de nada, sino que buscamos algo. ¿Y cuál puede ser el objetivo para que lo hagamos trotando como potros o zigzagueando como galgos? Aquí también hay diferencia de criterios. Se habla, entre otros motivos, de una búsqueda ansiosa de amor, de perseguir el señuelo, siempre eficaz, de Eros. Los que salen a correr lo hacen secretamente –ni ellos mismos lo saben– para encontrar una pasión. Pero esta es una explicación muy convencional. Todo se hace, al fin y al cabo, para que nos quieran: se conversa, se trabaja, se escribe, se viaja, siempre con el amor como tentación y como promesa. Por eso conviene añadirle algún ingrediente suplementario.
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Para muchos, por ejemplo, correr es también una manera de olvidar. Mientras se corre, el cuerpo se oxigena al máximo pero el cerebro funciona a nivel muy bajo, con poco riego, sin recibir apenas sustento. La mente se queda en blanco, aletargada. Flota sin preocupaciones y a lo sumo se centra en encontrar el camino, contar los metros y vigilar las respuestas del cuerpo. Incluso hay quien cree que el deseo de inmortalidad ronda en la conciencia del corredor, y que las zancadas son, a su modo, la garantía de una salud intemporal.
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