La cordura parcial
Crónica del manicomio ·
Para evitar cualquier duda, cuando un político comparece ante los medios se hace escoltar por un personaje a cada lado que cabecea de continuo y anima al espectador a la credulidadUn debate que ha enfrentado a los antiguos alienistas se entablaba para decidir si la locura era total o parcial. Si el loco lo estaba ... del todo o solo en parte. Y es lógico que se debatiera, y se debata todavía, pues el reparto de razón y sinrazón siempre ha creado inquietud. Un loco reflexivo, inteligente y buen razonador desconcierta a los psiquiatras. Es inquietante pero cierto que los locos, en frase de Chesterton, han perdido todo menos la razón. Son personas solitarias que en su soledad solo encuentran la compañía del pensamiento, al que recurren, incluso en sus delirios, como oportuno salvavidas de su identidad.
Pero lo que ahora nos inquieta como ciudadanos, por encima de la preocupación propia del especialista, es dirimir si la llamada gente normal lo es en su totalidad o debemos aceptar, incluso sostener como una prueba primera, que la cordura también es parcial. Cada vez se vuelve más evidente que la gente necesita delirar, personalmente y sobre todo en colectividad. No me refiero a eso de estar un poco pirado, que tanto alegra la vida y le da sustancia, ni tampoco al conocido dicho de Pascal, acerca de que los hombres están tan necesariamente locos que no estarlo sería otra forma de locura. Ni tampoco, por insistir de nuevo en la definición negativa, aludo ahora a la sinrazón que analiza Foucault en su 'Historia de la locura', que, lejos de los prejuicios, la ignorancia o la barbarie, es una mezcla de razón y no razón que a veces logra una combinación saludable.
A lo que me refiero es al ascenso de la irracionalidad, es decir, al abuso de la convicción y al exceso de razones y argumentos que nos invade. Pensemos en dos circunstancias simétricas. Por un lado, la influencia de los avances tecnológicos, que nos han hecho confundir la técnica con la racionalidad. Como si pudiéramos tratarnos, leernos y querernos con una aplicación informática o siguiendo una lógica estrictamente binaria. Por otro, porque estos excesos de la razón corren paralelos a la difusión de las certezas más dogmáticas.
Cada vez que oímos hablar a algún personaje público, llama la atención el exceso de verdades y seguridades que le acompañan y por las que se hace secundar. Para evitar cualquier duda, cuando un político comparece ante los medios se hace escoltar por un personaje a cada lado que cabecea de continuo y anima al espectador a la credulidad.
La religión tiende a desaparecer de la política, aunque sigue ahí apostada para reaparecer cuando al poder le haga falta, pero, de momento, el llamado capitalismo liberal ha encontrado en su sustituto, el integrismo digital, la mejor forma de dominar la conciencia y contaminar la sociedad con una atmósfera enrarecida de convicciones cerradas. La duda, la ironía, el escepticismo y el sentido del humor se han dado de baja o huyen en desbandada.
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