Los consejeros
Crónica del manicomio ·
«En vez de aseverar algo en lo que se cree de modo tajante y con cierta imposición, se plantea una duda y se anima al aconsejado para que la considere o la resuelva a su modo»Por estos pagos llaman consejeros a los miembros de un consejo o a los titulares de una consejería, pero también son consejeros los que disfrutan ... dando consejos a destajo. Sobre estos últimos concentro ahora mi atención.
Mi primera impresión sobre el tema me sugiere, curiosamente, que dar consejos no es aconsejable. O al menos no lo es cuando se emiten con condescendencia o cuando se dan directamente, sin preparativos o de sopetón. En principio hay que ser prudente con su empleo, ya sea por el cuidado que debemos al otro, cuyo juicio hay que respetar, y también por propia precaución, por cuidarse uno mismo, por si el consejo es equivocado y vale más disimularlo un poco que apechar después con la autoría del error. No conviene mojarse mucho tratando de enderezar criterios ajenos.
Hay muchos modos de dar consejos sin herir demasiado la susceptibilidad del receptor. Para lograrlo hay que conseguir, antes que nada, no mostrarse sabiondo ni por encima de nadie. A menudo basta con sugerir la opinión propia sobre el asunto que se trate, sin intentar imponerla ni dar por zanjada la cuestión. Basta dejarla ahí tal cual, encima de la mesa, como de cuerpo presente, para que poco a poco y si hay suerte se infiltre en las seseras de los demás. A veces es mejor presentar las propias convicciones como simples insinuaciones. Incluso conviene hacerlo así, dócilmente, en todas las ocasiones, aunque se esté muy convencido. Esta conveniencia se desprende precisamente del convencimiento, que siempre indica rigidez, dogmatismo y hasta mal gusto. No es bello oírle decir a alguien que esta convencido de lo que sea. Enturbia el alma y afea el lenguaje.
En el fondo, el mejor consejo se formula prendido de vacilación. No hay mejor vestido para la verdad que la incertidumbre. En vez de aseverar algo en lo que se cree de modo tajante y con cierta imposición, se plantea una duda y se anima al aconsejado para que la considere o la resuelva a su modo.
Este arco de fluctuación sirve también para protegerse ante los que piden consejo sistemáticamente. Hay un público numeroso que no hace nada sin solicitar e incluso exigir que le aconsejen. Frente a esa enfermedad el mejor específico es la duda, que se comporta siempre con inteligencia terapéutica. La duda nos ayuda a devolver las preguntas sin ofrecer respuestas. Sin embargo, conviene cuidarse, en estos casos de exigencia y demanda inoportuna, de guardar silencio. Hacerse el longuis y callar, incluso ante impertinencia manifiesta, no conduce a nada bueno.
Pero esto de apostar por la duda y guardarse el consejo para otro momento, ni tiene buena prensa ni es muy moderno. Hoy lo que prima es una legión de opinadores y consejeros dispuestos a predicar a todos los vientos. Y en justa armonía, prolifera un sinfín de ciudadanos que no están dispuestos a decidir sin que una autoridad, la que fuere, les guíe y aconseje en todo momento.
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