El gran éxito de Pablo Casado en la moción de censura de Vox fue apelar a un mundo desaparecido, hoy anhelado, un universo político donde ... la convivencia no estaba (tan) marcada por el sectarismo y la crispación, donde la sociedad se ocupaba (más o menos) de problemas reales, y donde las personas no se miraban con odio por pensar distinto. Al hacerlo, es indudable que despertó una gran ilusión. Entre su bancada, desde luego, y muy especialmente entre los periodistas afines, como hemos visto estos días. Algún comentarista le ha proclamado ya presidente con un entusiasmo solo comparable a quienes a la muerte del Papa Juan Pablo II gritaron en San Marcos «santo súbito, santo súbito», reclamando una inmediata canonización.
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El gran error de Pablo Casado fue dar a entender que ese mundo idílico de sus sueños se había roto por culpa de Vox, cuando Vox apenas tiene dos años de vida activa en la historia de este país. Y el gran autoengaño de Casado, que lo es también del PP, es negarse a entender que los que hoy están fuera de su partido lo están, entre otras razones, porque fueron invitados a irse, literalmente, por Mariano Rajoy en el Congreso de Valencia. Este es el muy peculiar modo como los populares han 'tejido' en el pasado esa 'red de afectos' de la que habló en su intervención. Y de la que su propio discurso fue buena muestra, quemando todos los puentes del entendimiento con su único aliado fiable.
Casado se ha apuntado a la arrogante idea de que su relación con Vox debe ser la del vasallaje: me tendrán que votar, quieran o no, y no voy a darles nada a cambio. La autoafirmación de Casado sonó como un: «No somos como estos fachas», que es un modo de rogar que no le pongan al PP la estrella de David de los apestados que el grueso del parlamento ha colocado a Vox.
El gran problema de Pablo Casado es que ese mundo idílico de sus sueños no se resucita solo con palabras (aunque hagan falta) ni con conjuros mágicos, porque en muy escasas ocasiones las palabras tienen un poder transformador en sí mismas. Y las del líder del PP, por si no se habían dado cuenta, colocan al principal partido de la oposición en la soledad más absoluta dentro del parlamento actual, de cara a formar una nueva mayoría.
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En un momento en el que el partido que hoy gobierna, que obtuvo bastantes más votos que él, ha tenido que construir su estabilidad con alianzas espurias a varias bandas, Casado le ofrece al PP el sueño de una nueva mayoría absoluta, que es el sueño de decirles: «Podemos hacerlo solos». Sin duda, hay motivos para ensalzar la osadía y el tono de gesta heroica del líder popular. Lo que está mucho menos claro es su realismo.
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