La ajustada victoria de Gustavo Petro llevará el 7 de agosto a un progresista a la presidencia de Colombia por primera vez en la historia. El deseo de cambio ya barrió al 'establishment' conservador en la primera vuelta de las presidenciales y se había expresado en los últimos años en protestas en las calles contra una lacerante desigualdad que mantiene en la pobreza al 39% de la población.
Ahora, la movilización del voto negro e indígena favorecido por la futura vicepresidenta, la ambientalista afrodescendiente Francia Márquez, conecta al país con la corriente de izquierda que pasa por Argentina, México o Chile y aguarda el eventual regreso de Lula da Silva en Brasil.
Los retos que afronta Petro son enormes: mantener la confianza de los mercados, labrar consensos en un Congreso dividido, normalizar las relaciones con los militares que ahora deberán lealtad a un antiguo guerrillero del M-19 y desarrollar el Acuerdo de Paz con las FARC de 2016 que el mandatario saliente, Gustavo Duque, se esforzó en obstruir. Sin olvidar la eterna lucha contra el narcotráfico y su violencia asociada. Unos desafíos para la que solo puede ser bienvenida la colaboración ya ofrecida de España, la UE y EE UU.