La Ciencia sin su pedestal
Fuera de campo ·
A este lado, la luz del saber; a este otro, el oscurantismo y la supersticiónLlama la atención que en esta era nuestra de conceptos en minúsculas (las verdades y posverdades, los dioses, el hombre, en pequeño y avergonzado por ... sus muchas culpas…) emerja poderosa e inesperadamente una categoría absoluta que creíamos afectada por los relativismos reinantes. Hablo de la Ciencia, por supuesto. O mejor, LA CIENCIA, pronunciada con tono grave. Lo más sorprendente es que se haya apropiado de las mayúsculas de este saber una disciplina relativamente joven, todavía en proceso de construcción y con amplio margen de mejora: la ciencia climática.
La ciencia tiene un predicamento relativo si hablamos del peso de la biología sobre el comportamiento de hombres y mujeres –eso son prejuicios, ya sabe usted, del heteropatriarcado– o si le recordamos al lector que hay amplio acuerdo científico a favor de los transgénicos –otros informes dicen lo contrario, le dirán–.
Pero cuando hablamos del clima la ciencia recupera su carácter mítico. Ya no es una disciplina sujeta a procedimientos, que deben ser sometidos a falsabilidad, al criterio de la prueba y el error, sino una realidad cuasi religiosa. A este lado, la luz del saber; a este otro, el oscurantismo y la superstición. Llama la atención que a nadie le sorprenda que el fulgor de la razón climática lleve casi 50 años anunciándonos el apocalipsis, con distintos tonos y modalidades. Y es que errores de apreciación y cálculo ha habido abundantes.
Desde el petróleo que debería llevar ya años agotado, a las islas que deberían estar sumergidas bajo las aguas, y que ahí siguen, o los glaciares que se derriten, pero no tan deprisa como esperábamos. Por no hablar de los ensayos apocalípticos primerizos de los 70, en los que se nos vaticinó la inminencia de una nueva Edad de Hielo. En los últimos 40 años nos hemos enfrentado innumerables veces al momento crítico, al punto de no retorno. Tenemos 5 años, no más, desde hace 30. Afortunadamente, los plazos se han ido estirando, pero no por ello han suavizado su rigidez o su contundencia.
Entiéndanme. No deseo frivolizar, tan solo bajar a esos expertos del clima del pedestal en el que han sido elevados por interés. No conviene pecar de ligereza, porque, incluso en el cuento de Pedro y el lobo, el lobo, al fin, llega. Es tentador pensar que los errores prueban que no pasa nada. Pero sí que pasa. Ahí están los incendios de Australia o el deshielo de Groenlandia, por poner solo dos ejemplos, para acreditarlo. Pero la verdadera ciencia busca el rigor y huye de la exageración y el alarmismo.
«No es cierto que estemos en un punto de no retorno respecto al cambio climático», afirmaba recientemente Bjorn Stevens, el director del Instituto Max Planck de Meteorología, alguien que no puede ser tachado de negacionista. Y añadía: «Los científicos no sabemos al detalle lo que pasará cuando el mundo sea más caluroso». Hay un amplio margen de incertidumbre. No tanta como para tumbarnos a la bartola y no hacer nada. Pero sí la suficiente para evitar la angustia de vernos ante el fin del mundo.
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