Chupar las cabezas
El cadmio de los langostinos nos deja los riñones al Jerez y el hígado peor que después de un botellón. Pero los comeremos
Rufino invitaba a Luz Casal a langostinos. Y lo hacía en cualquier momento y lugar, no como nosotros que reservamos esos entrañables bichos para ... las Navidades. Rufino es así, libertino, divino y superficial por el aperitivo y por otras cosas, como leer prensa en la terraza de un café; qué desenfrenado.
Rufino ahora tendría que hacérselo mirar, no solo por enfrascarse en la lectura y obviar el móvil, sino porque los langostinos están en el punto de mira; les quieren cortar la cabeza para que no la chupen y absorban su líquido, que esa zona es alta en cadmio, un metal que nos deja los riñones al Jerez y el hígado peor que después de un botellón. Los apreciados langostinos son igual de perniciosos para estos órganos que la ingenua coliflor para el colón irritable. Con esto de la salud, uno nunca sabe donde está el enemigo. Como en los partidos políticos, en los que hay que echarse al suelo cuando vienen los nuestros, que decía Pío Cabanillas, aquel señor del loden.
Aún con el aviso, seguro que engullimos unos cuantos en Navidad, junto al cuñado; al mío, holandés, le daba grima vernos chupar la cabeza y miraba hacia otro lado. Y a un futurible cuñado que no llegó a serlo, hace años pretendiente de mi mártir hermana –la única de media docena que somos– quisimos hacerle la broma de comer algo modesto y darle un plato de langostinos para cuando terminara soltarle con cara de hambre: «¿Me dejas chupar las cabezas?».
Nunca se atrevió a ir a una comida familiar. No era tan libertino como Rufino.
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