¿La sociedad puede aceptar la existencia de un héroe torero?
«El acto de juzgar lo que ocurre en un coso no debería ser nunca un ejercicio de frivolidad que pueda realizarse en una noticia de minuto y medio»
Carlos Cuesta. Profesor certificado de español del Ministerio de Educación Nacional de Francia, formador de docentes en el centro Isfec Saint-Martin de Tours, periodista y escritor
Lunes, 19 de febrero 2024, 00:13
No soy capaz de precisar el momento en que los antihéroes comenzaron a surgir en tromba del televisor, a través de las pantallas de cine ... o de las páginas de los libros. La ingenuidad no me impide comprender que siempre han existido, en mayor o menor grado, según el país y la época. La cuestión es hasta qué punto a la figura del héroe como modelo de conducta le queda un hueco en la sociedad actual. Acaso el honor, el valor y la lealtad son percibidos como lastres de los que hay que despojarse lo antes posible si se quiere salir adelante, y para ello el cinismo y la decadencia elegante serían la mejor vacuna para encarrilarse hacia el éxito. Esos antihéroes que proliferan, y que son con frecuencia narrativamente interesantes, gozan de toda una serie de características reprochables que detestaríamos en un vecino, que nos harían cambiarnos de acera al cruzarnos con ellos en la vida real, que pondrían nuestra vida en peligro si interfiriéramos en sus propósitos, bastante más que un novillero o un picador. Eso no impide que algunos de aquellos personajes sean admirados o imitados, pese a sus actos horrendos y sus actitudes reprochables. Entonces, existiendo como existe ese universo de personajes atroces, ¿cómo es posible que ciertas personas se planteen con horror la posibilidad de leer un libro por el mero hecho de contar con un protagonista torero? Mi cuestionamiento tiene razones concretas que me conciernen, y regresa ahora que el Congreso admite cuestionar la tauromaquia como patrimonio cultural, como ya lo cuestionó el Gobierno cuando dejó las corridas de toros fuera del catálogo de los bonos culturales, en contra de la ley vigente. En esa línea moral, parecer más sencillo ir en contra de la legalidad que de lo políticamente correcto.
En torno al año 2013, justo cuando la cadena AMC terminó de difundir 'Breaking Bad', que cuenta las peripecias criminales de un profesor de ciencias convertido en fabricante de estupefacientes, yo empecé a documentar y escribir la novela 'Los ojos de Mitra'. Es la historia de un exfutbolista lesionado, convertido en fotógrafo de prensa. Fascinado por la personalidad de un torero maldito, decide hacer de él la figura más grande de su tiempo. A este fotógrafo, Ismael Sánchez, le mueven principalmente la envidia y el deseo de notoriedad. Sin embargo, a Francisco Vega, el torero, le empuja el deseo de sublimar al extremo un arte, él lo considera así, al que se lanzó en un primer momento para atraer la atención de su padre, un ganadero de renombre. El contacto de Ismael con una figura de un ámbito que desconoce por completo no podrá sino transformar su vida.
Me lancé así a recuperar los patrones de una aventura digna de la antigüedad clásica, un camino del héroe de Campbell, de manual, donde el protagonista, enfrentado a una serie de pruebas y aventuras, lograba alcanzar un estado superior al salir transformado por todas ellas. El mundo de la tauromaquia me permitía acceder a universos culturales y mitológicos tan ricos como la historia del dios Mitra, el laberinto del minotauro o la tragedia concebida en claves lorquianas. Y bien es sabido que Lorca es un fabuloso caso de taurino intermitente, que lo es y no lo es según nos conviene.
Decía que el proceso de documentación fue toda una aventura literaria y campestre repleta de personajes auténticos encontrados en plazas de toros, ganaderías de renombre, tentaderos y labores de carga de toros al amanecer. Esta maravillosa experiencia me permitió descubrir a Iván Fandiño, que se merece no una sino treinta novelas, a Chaves Nogales, al que no hay que pedir que se le saque de los programas escolares porque ya está fuera, a El Yiyo, o redescubrir a los héroes clásicos para tratar de enhebrar una 'Eneida' castellana. Retiren todo esto del paisaje, para ver si es o no es patrimonio, sigamos por el Museo del Ejército de Toledo y aprovechemos la carrerilla para desmenuzar el Coliseo de Roma y las pirámides de Egipto, hagamos trozos la piedra solar de los aztecas, donde se apoyaba a la víctima de los sacrificios, todo ello barbaridades según se mire.
El libro lo concluí y publiqué, curiosamente, con una editorial de nombre tan mitológico como Talón de Aquiles, lo que no podía ser otra cosa que una señal del destino. Terminada la aventura de Ismael Sánchez, transformada su vida al contacto de una figura como la de Francisco Vega, heroica por lo que su camino tiene de 'via crucis', comenzaba la mía; la de defender no solo la calidad literaria de la historia, cuyo juicio dejo al lector, sino la decencia moral de un protagonista torero, mucho menos digno que un futbolista o que Maluma. Para algunos, la etiqueta de novela taurina pesaba en el lomo del libro como un reproche o un insulto, sin haberlo abierto ni saber qué es lo que yo tenía que contarles o si la novela era capaz de emocionarles o enseñarles algo que desconocieran.
Una librería extranjera, que se precia de querer descubrir el mundo ibérico a sus lectores, se preguntaba de qué manera podría una novela como 'Los ojos de Mitra', o cualquier otro texto que tratase de tauromaquia, coincidir con los valores de su respetable tienda. Yo me pregunté más bien si tiene algún sentido la pretensión de enseñar el mundo hispánico o ibérico ignorando la tauromaquia o el campo bravo, con los que se puede estar a favor o en contra, pero desde luego a los que no se puede hacer invisibles o negar por pura conveniencia.
Una lectora que también se dedica a realizar reseñas de libros por Internet justificaba una nota de 3 estrellas por 5, lo que en términos actuales de promoción no deja de ser una faena, y no taurina, por la temática taurina del libro, justo después de admitir que el libro estaba bien escrito y que los personajes estaban correctamente construidos. ¿Tengo que sentirme halagado u ofendido por este juicio a lo Madame Bovary? ¿Francisco Vega soy yo?
Un periodista peruano se cuestionó la conveniencia de hablar de este libro porque consideraba que los primeros capítulos del libro no ensalzaban los valores taurinos, incapaz de comprender que la literatura es un juego de puntos de vista, que Ismael Sánchez observa con incredulidad la fiereza apasionada de un mundo que no comprende, y que transformado por la experiencia de la tauromaquia, sin necesidad de convertirse en fan o fanático, termina por asumir que los únicos que saben de verdad lo que es la tauromaquia son el toro y el torero.
El acto de juzgar lo que ocurre en un coso no debería ser nunca un ejercicio de frivolidad que pueda realizarse en una noticia de minuto y medio, en un circo de falsas polémicas incapaz de comprender que el único debate posible entre un antitaurino y un aficionado debería durar cuatro años, los que tarda un toro en estar listo para la lidia; en ese tiempo, si ambos se dieran el tiempo de discutir del milagro que se produce en ese periodo de cuatro años y tres tercios, podrían charlar sin gritarse y tal vez comprender lo que en la crianza y la muerte de un toro hay de patrimonio. Lean en la RAE lo que quiere decir cultura y llévense sustos. Aprender lo que es la tauromaquia podría en ese sentido aportar el conocimiento necesario para juzgar que nos gusta o no nos gusta, pero no el derecho a dejarlo fuera de lo que es la cultura y de lo que es el patrimonio. La cultura la define el diccionario como «el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial en una época, grupo social, etc», y no el catálogo caprichoso del que pueda dejar fuera todo lo que no va con mi manera de pensar la vida.
Podemos plantearnos extraer del patrimonio cultural la tauromaquia, 'La casa de Asterión' de Borges, los ritos mitraicos, la mitología griega, la conservación de la dehesa o la costura de los trajes de luces. A fin de cuentas parece más reprochable, me lo han dejado claro, un torero que Pablo Escobar, el Joker o un 'Peaky Blinder'. Dejemos fuera de la cultura el cine, con todos esos personajes que fuman, beben y matan gente, y si un personaje de un libro piensa distinto a usted, por supuesto no lo lea. ¿Pero es o no es posible tratar de comprender el mundo a partir de la experiencia vital de un matador de toros y llamar a eso cultura?
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