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Corrida de toros de la pasada edición de la Feria de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid. Carlos Espeso

¿La sociedad puede aceptar la existencia de un héroe torero?

«El acto de juzgar lo que ocurre en un coso no debería ser nunca un ejercicio de frivolidad que pueda realizarse en una noticia de minuto y medio»

Carlos Cuesta. Profesor certificado de español del Ministerio de Educación Nacional de Francia, formador de docentes en el centro Isfec Saint-Martin de Tours, periodista y escritor

Lunes, 19 de febrero 2024, 00:13

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No soy capaz de precisar el momento en que los antihéroes comenzaron a surgir en tromba del televisor, a través de las pantallas de cine ... o de las páginas de los libros. La ingenuidad no me impide comprender que siempre han existido, en mayor o menor grado, según el país y la época. La cuestión es hasta qué punto a la figura del héroe como modelo de conducta le queda un hueco en la sociedad actual. Acaso el honor, el valor y la lealtad son percibidos como lastres de los que hay que despojarse lo antes posible si se quiere salir adelante, y para ello el cinismo y la decadencia elegante serían la mejor vacuna para encarrilarse hacia el éxito. Esos antihéroes que proliferan, y que son con frecuencia narrativamente interesantes, gozan de toda una serie de características reprochables que detestaríamos en un vecino, que nos harían cambiarnos de acera al cruzarnos con ellos en la vida real, que pondrían nuestra vida en peligro si interfiriéramos en sus propósitos, bastante más que un novillero o un picador. Eso no impide que algunos de aquellos personajes sean admirados o imitados, pese a sus actos horrendos y sus actitudes reprochables. Entonces, existiendo como existe ese universo de personajes atroces, ¿cómo es posible que ciertas personas se planteen con horror la posibilidad de leer un libro por el mero hecho de contar con un protagonista torero? Mi cuestionamiento tiene razones concretas que me conciernen, y regresa ahora que el Congreso admite cuestionar la tauromaquia como patrimonio cultural, como ya lo cuestionó el Gobierno cuando dejó las corridas de toros fuera del catálogo de los bonos culturales, en contra de la ley vigente. En esa línea moral, parecer más sencillo ir en contra de la legalidad que de lo políticamente correcto.

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