Cuando la democracia es un circo
«Todo con una cuidada puesta en escena de gafas de quitar y poner, risas y sonrisas burlonas y una actitud de perdonavidas que ha hecho vibrar de orgullo y satisfacción a los propios, y encolerizarse a los ajenos»
Una pantomima. Una caricatura. Una parodia. Una performance. Un sainete. Una comedia grotesca. Una suerte de cabaret cantante. Un espejo cóncavo, en cualquier caso, de ... nuestra vida política y nuestras instituciones, empezando por el Senado, la que conocemos como cámara alta del Parlamento: SPQH, Senatus Populusque Hispanus. El lugar de la dignidad, la educación, la oratoria y las buenas letras, por lo menos en comparación con la cámara baja de los diputados: la hoguera de las vanidades y las vacuidades, que representa lo más vulgar, y por ende lo más genuino, de lo que somos. Y hasta de lo que aspiramos a ser.
Ese «circo» al que se refirió el presidente Sánchez, en una muestra más de su irrefrenable desdén autoritario, para hablar de la comisión de investigación del Senado sobre su implicación en el caso Koldo. Circo o «máquina de fango», al más puro estilo Superbigote Maduro, como si las notas a la contestación del interrogatorio se las hubiera escrito el mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero. Todo con una cuidada puesta en escena de gafas de quitar y poner, risas y sonrisas burlonas y una actitud de perdonavidas que ha hecho vibrar de orgullo y satisfacción a los propios, y encolerizarse hasta el límite a los ajenos. Si quieres que algo no se haga nunca, nombra una comisión, que dicen que dijo el tigre Georges Clemenceau, evocando las palabras de otro dictador de otro tiempo: Napoleón Bonaparte.
En eso es en lo único que tuvo razón el interrogado, en que la presunta comisión se convirtió en un circo de tres pistas desde el primer momento. Con él como payaso blanco, rodeado de augustos senadores, en el centro de la carpa. Empezando por el maestro de ceremonias, el insólito Eloy Suárez, sobrepasado desde el primer minuto, y continuando prácticamente sin excepción por el resto de señorías que participaron en la farsa, lo mismo los del emplasto de gobierno como los funambulistas de la parte contratante de la otra parte, con especial acento en el fenómeno de Miranda de Larra, que en ningún momento se supo si iba en serio, si se había tomado algo antes de entrar en la sala Clara Campoamor o si simplemente se vio desposeído de su dignidad por la soberbia interpretación de Pedro Sánchez de su papel de pierrot en triunfo. Todo ello adobado por las palmadas, como en un tablao, de los senadores socialistas, percutiendo con aprobación cada ocurrencia de su líder. Burladores y burlados en una sesión que se debería emitir en todos los institutos y universidades del reino, para ver si los estudiantes espabilan de una vez y se afanan en tomar el relevo a la corte de políticos más triste que uno ha conocido desde que se inauguró la democracia.
Mención aparte, quizás, del ultranacionalista Eduard Pujol, que empezó reivindicando el catalán también para las comisiones parlamentarias, y acabó no se sabe si alabando, criticando o simplemente avisando al presidente de que el noviazgo de su Gobierno con Junts acababa de ser liquidado por las bases del partido del montaraz Puigdemont. Nada, en todo caso, que arrojara ni el más pírrico rayito de luz sobre lo que se venía a averiguar: la implicación verdadera de Pedro Sánchez en la retahíla de corruptelas de Koldo García Izaguirre, José Luis Ábalos y/o Santos Cerdán, más allá de lo «puramente anecdótico» de su relación con el primero. Ni en español ni en catalán ni en lenguaje de signos. No hubo manera.
Un estudio reciente de la Universidad Autónoma de Barcelona asegura que más del 35% de los jóvenes entre 18 y 24 años aceptarían hoy una democracia, mientras que únicamente un 29% afirman que vivir en democracia es algo «extremadamente importante». Gracias al presidente y a los señores senadores por su contribución.
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