La austeridad castellana nos acompaña con ánimo de no dejar que cometaos locuras en forma de gastos innecesarios, que nunca se sabe lo que ... puede venir. Y así pasan los siglos y las generaciones y al final seremos los más ricos del cementerio, con permiso del impuesto de sucesiones.
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Nos ocurre siempre y con todo y cuando nuestra propensión a cerrar el puño y retener los dineros para mejor ocasión se hace visible comparamos con otros paisanos de todas las Españas y resultamos hasta miserables. Ahora ha sucedido con la hostelería, que pide que la administración autonómica se afloje el bolsillo del dinero de todos, no solo suyo, para coser el roto que han provocado las restricciones de apertura de negocios. Y la respuesta son milongas, cursiladas y mamarrachadas que diría Berlanga, con tal de no soltar la pasta. Sí, porque los hosteleros piden ayudas directas, contantes y sonantes y no créditos, que tendrán muy buenas condiciones, pero hay que pagarlos. Quieren que sus cajas registradoras reciban euros públicos como en otras comunidades.
Pero la rogativa para que lluevan euros topa con la severidad castellana, la rigidez que vino bien para formar el imperio hace siglos, pero ya no cuela. Somos campeones de la austeridad, quizá porque nos hemos amoldado a ser pobres y no nos sale el espíritu gastador. Una costrumbre difícil de cambiar, porque a austeros no nos gana nadie. Faltaría más.
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