Cabezas confinadas
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
Hoy todos somos psicóticos. Todos hablamos de la verdad del virus, incapaces de sellar los labios. Es nuestro delirio más realHay verdades tan ineludibles que es imposible callarlas. Así sucede habitualmente entre psicóticos, que de repente se sienten invadidos por una verdad enorme que ... les conmina a contarla. Hoy todos somos psicóticos. Todos hablamos de la verdad del virus, incapaces de sellar los labios. Es nuestro delirio más real.
Todos somos psicóticos pero también, según nos proponen, todos somos soldados. Todos –que es la palabra clave del momento– somos milicianos en esta nueva guerra mundial con que se inicia el siglo, tan distinta a otras, pues en realidad, más que contra un germen, luchamos contra nosotros mismos. Somos el enemigo: del planeta, de la cultura, de la verdad, de la pobreza.
Desde el punto de vista mental es fácil presumir a corto plazo lo que haya de pasar durante este confinamiento máximo. Lógicamente, los que son muy ansiosos tendrán más ansiedad, los depresivos se entristecerán más, los que se mueven mucho no podrán parar y los más hormonados querrán estallar, ¡ya! A esto se le puede llamar como se quiera, incluso síndrome de estrés postraumático, pero esa palabrearía diagnóstica no dice nada, salvo pedantería. Dice pedantería porque no estamos hablando de enfermedades sino de malestares, de dolores, de sufrimientos. Para explicarlo nos basta con las palabras más corrientes, aunque, dada la mentalidad actual, a muchas personas les encante referirse a sí mismas en términos técnicos, porque de ese modo creen conocer mejor lo que les sucede o le dan más relevancia.
Ahora bien, la economía psíquica es un laberinto inexplicable, quizá más imprevisible que las contingencias monetarias. Y no será de extrañar que, ante esta situación adversa e inesperada, muchos ansiosos se tranquilicen y muchos depresivos recuperen el humor. Cuando no se puede salir a la calle no hay fobia que nos maniate, como cuando hay hambruna la anorexia mental cede en sus pretextos. No hay fobia ni anorexia que se expanda en la estrechez o se propague en la miseria. No es extraño que las personas más débiles que, como el enfermo de Molière son muy imaginarias, se fortalezcan ante los obstáculos reales. Y que las más fuertes se endurezcan aún más cuando las dificultades afectan a la mayoría. No hay mejor antídoto contra la soledad que el malestar común. Es lamentable para la condición humana, pero en mayor o menor medida así lo sentimos todos.
De estos fastidios cercanos es fácil escapar y remitirán dado un plazo. Lo inquietante es aventurar lo que haya de suceder en las mentes de aquí en adelante. En una carta a Felice, Kafka escribe lo siguiente: «Yo no puedo entrar en el futuro por mis propios pasos; precipitarme en el futuro, rodar en el futuro, tropezar y caer en el futuro, eso sí puedo hacerlo, y lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado». Hoy todos somos Kafka que caemos de cabeza en el mañana.
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