Ser bueno
Crónica del manicomio ·
Cuando Maquiavelo concibió la política como una técnica de poder, sin más finalidad que mantenerlo, no presentó un modelo de convivencia a los ciudadanos, sino que ofreció a los cortesanos un manual de estrategias para seguir al mandoLa pregunta es muy concreta: ¿se es bueno o se aprende a serlo? ¿La práctica de la bondad es un don natural o producto de ... un aprendizaje correcto?
Viene esto a cuento porque no es raro tropezar con gente ante la cual no sabemos bien a qué atenernos. Dudamos sobre si el hipotético bien que hacen sale de su corazón y brota directamente de lo que sienten, o surge sin compromiso de los sentimientos, como producto de una inteligencia que ejerce la bondad mediante razonamiento, calculando lo que reporta mayor provecho.
El tema no nos interesa por simple curiosidad o por la ventaja que proporciona conocer mejor a las personas, sino porque repercute en nuestra propia confianza. En general, admiramos al primero, al bueno natural, pero confiamos más en el segundo, en el que fabrica a medida su moral. El primero es más virtuoso, y el segundo, más técnico. El primero hace el bien en caliente, por don espontáneo, y el segundo hace bien algo concreto, particular, pero lo hace con arte, con habilidad.
El dilema es inquietante, pues plantea la posibilidad de que la moral sea algo artificial. Cuando Maquiavelo concibió la política como una técnica de poder, sin más finalidad que mantenerlo, al margen de cualquier otro proyecto social, no presentó un modelo de convivencia a los ciudadanos, sino que ofreció a los cortesanos un manual de estrategias para seguir al mando. Con la bondad cabe utilizar el mismo procedimiento. No hacer el bien por la atracción que representa, o solo por ella, lo que nos aproximaría al buenismo inocuo y lelo, sino hacerlo técnicamente, mediante deliberación y cálculo, porque nos viene bien aprovecharnos de la paz y la convivencia. Si somos buenos, dicho lisa y llanamente, es por interés, por egoísmo bien administrado.
La bondad, en definitiva, ha dejado de ser sentimental o religiosa. Ya no hay mandamientos morales a cumplir obligatoriamente, sino técnicas éticas que nos permiten alcanzar un resultado bienhechor. Saber ser bueno, algo que no coincide con hacerse el bueno, pues descarta la hipocresía o la simulación, es perder la ingenuidad sentimental y el código de los preceptos.
Llamamos buena gente a la persona cordial, desprendida y misericordiosa. Pero en ese grupo tenemos que separar a quien lo es desde la candidez y el ánimo del buenazo, de quien lo es con premeditación, computación y espíritu previsor. No es lo mismo. Para ayudar a los demás no valen los más altos discursos ni los mejores sentimientos. También conviene atender a lo geométrico. Ayudar es algo muy complejo. Quizá lo más difícil de realizar en las relaciones humanas. Por eso se necesita de método y recuento. Precisa de táctica y pensamiento. La generosidad excesiva lleva a la ruina del corazón y al derroche de los afectos, a un desprendimiento de sí mismo que huele a egoísmo descompuesto.
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