La biovida
La nueva moral (...) ha desencadenado contradicciones inesperadas. Muestra de ello ha sido el fervor con que se han decretado medidas pro-salud y biovigilancia para hacernos vivir a la fuerza al tiempo que se ha abandonado a otros grupos, dejándolos morir en las Residencias
Si cabe suponer alguna consecuencia inevitable derivada de la pandemia, ésta no puede ser otra que el ascenso de la biovida a primera línea de ... trinchera. La biovida entendida como el poder sustentado en la biología y en la supervivencia obligatoria. En lo sucesivo, todas nuestras acciones irán acompañadas de una connotación biológica de salubridad, de salud física, sobre la que escenificaremos las inevitables relaciones de dominio que se establezcan.
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No es algo nuevo ni llama a sorpresa. Se venía anunciando desde que Foucault destacara la nueva importancia de la biopolítica, ya en los años setenta. Lo que el virus puede conseguir es acelerar los cambios que llegaban con pereza y lograr que el concepto adquiera antes la trascendencia que presagiaba y acabe participando en todas las contingencias. De esta suerte, el acontecimiento infeccioso elevaría el año 2020 a la consideración de efeméride crucial en la historia.
De momento, lo sucedido durante el confinamiento ha supuesto una representación perfecta de lo que pueda suceder en el futuro. Por un lado, se ha impuesto un estado de excepción cuya finalidad no era defendernos de los enemigos fronterizos o de una rebelión interna, como ha sido el proceder hasta ahora, sino que trataba exclusiva y directamente de salvar vidas propias. Y hacerlo, además, no con armas de fuego sino con profilaxis y atenciones médicas.
Por otra parte, la nueva moral, mezcla de prescripciones sanitarias y microorgánicas, ha desencadenado contradicciones inesperadas. Buena muestra de ello ha sido el fervor con que se han decretado medidas pro-salud y biovigilancia para hacernos vivir a la fuerza, mientras que al tiempo se ha abandonado a otros grupos, dejándolos morir en las Residencias. Cruel disonancia que demuestra dos cosas, o bien una necesidad lógica del biopoder, que destruye por la puerta de atrás lo que alimenta, o bien que aún abordamos los procedimientos recién estrenados con excesiva torpeza.
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Por si fuera poco, la pandemia ha despertado un universalismo distinto, un sentimiento compartido y cosmopolita, plenamente igualitario. Puesto que ante la infección y la muerte todos somos iguales, es el momento de anular también otras diferencias, ya sean sexuales, raciales o ecológicas, fundamentalmente. El capitalismo, en lo sucesivo, tendrá que adaptar las desigualdades sociales y económicas sobre las que prospera al nuevo gusto de los consumidores, partidarios de la defensa del medio ambiente, del apoyo al feminismo y del respeto a las disidencias sexuales y a las minorías raciales y étnicas.
A cambio, el individualismo y la privacidad, que han sido el pecado y el orgullo del pasado siglo, será sustituido por el protagonismo de las poblaciones y los cálculos epidemiológicos. Antes que personas seremos cuerpos, y antes que individuos seremos números. Seremos algoritmos biométricos y poco más. O esto cuentan los profetas.
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