Besiento
«La necesidad de afecto y ternura, de caricias y estrujamientos, va creciendo en las sociedades occidentales avanzadas, que más que consumistas de algo se sienten menesterosas de todo»
USi hoy se reformularan cristianamente las obras de misericordia, junto a dar de comer al hambriento y de beber al sediento figuraría también, como una ... más, la rogativa de dar besos al besiento.
La necesidad de afecto y ternura, de caricias y estrujamientos, va creciendo en las sociedades occidentales avanzadas, que más que consumistas de algo se sienten menesterosas de todo. La causa no hay que buscarla muy lejos. Luc Ferry, filósofo y político francés, sostiene a estos efectos que el auge del matrimonio por amor ha intensificado el apego por los hijos a un nivel nunca conocido. El retroceso de los matrimonios por conveniencia y la creciente autoridad de la mujer, dos cambios que se dan la mano y tiran el uno del otro, han convertido el casamiento en una elección de amor –o lo que se entienda por ello– y a los niños en mimosos vitalicios y propensos al engreimiento.
Como consecuencia de ello, la maduración infantil se alarga, se evita a los infantes cualquier frustración, por muy beneficiosa que sea, se les aniña en exceso y se les da todo hecho, bajo la idea de evitar supuestamente que se traumaticen o que dejen de querer a sus padres. Porque en esta ecuación moderna, los padres también pretenden ser queridos y reconocidos al máximo por sus descendientes directos. Su ansia de ternurismos es tan fuerte como la de los hijos. Necesitan de su afecto y admiración, lo que inhibe a veces el esfuerzo moral de exigir y someter a disciplina a quien, dejado a su libre arbitrio, sólo puede derivar en un carácter tiránico, aunque blando, espumoso e incompleto.
Esta ansia creciente, si fuera cierta, podría explicar también el calvario de tantas personas que no han recibido en su niñez la dosis media de besos que esperaban. Pues en el malestar contemporáneo confluyen los que van sobrados de cariño y los que han tenido de menos. Unos se agrietan por abundancia y otros por defecto. Pero ambos tienen el mismo tratamiento. Todos los que acuden ahora a psicólogos y psiquiatras por razones internas, es decir, por encontrar sucio o pastoso su paisaje interior, no por los motivos externos que determinan las actuales circunstancias sanitarias, son sujetos hambrientos de besos. Si la investigación psiquiátrica avanzara de verdad en vez de pasar el tiempo prometiendo, no se recurriría a crueles electrochoques o a la tibia y absurda «estimulación magnética transcraneal repetitiva», último grito de la tecnología mental, sino que inventaría una máquina de besar para que los clientes salieran de sus consultas no sé si más sonrientes pero sí más felices y rellenos.
Sería curioso, de ser verdad, que tanto amor de los padres acabe estomagando y creando ansiedad en los hijos. Pero tampoco debe sorprendernos, pues de quien tiene poco se ha dicho que sólo quiere algo, pero de quien tiene mucho se espera que lo quiera todo. Se es besiento por carencia y por exceso.
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