Ibarrola

El arte de perder

«Perdedor siempre, e incluso perdido por la vida con frecuencia, pero derrotado nunca. Porque la derrota es la que despierta la rabia»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 25 de septiembre 2020, 07:22

No es extraño oír algún comentario sobre el buen o mal perder de la gente. Es una valoración corriente que todos entendemos y enseguida llenamos ... con alguna referencia personal. Casi siempre de algún familiar o conocido. Pocas veces, en cambio, nos ponemos de ejemplo. Hacerlo puede resultar falso, cuando no demasiado autocompasivo o altanero.

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Pero no es lo mismo perder a un ser querido que perder al tute o echar a perder la ensalada. Y sin embargo son lo mismo. Algo los une. Y ese algo es una mezcla de rabia y tristeza. Los dos sentimientos que mejor se hermanan en el interior.

Perder daña al deseo y a la vanidad. O, al revés, los anima y espolea. La cosa no está clara. Empiezo a creer que no hay nada claro en este problema. El hecho de perder frustra y enrabieta. Eso es notorio. Y el buen perder, o el arte de perder, consiste en sacar provecho de ese fracaso. Sin embargo, el medio para conseguirlo no es evidente. Se puede pensar que toda pérdida empobrece, incluso que humilla y vuelve huraño. Pero también hay quien cree que cualquier pérdida nos humaniza, nos vuelve más cariñosos y más necesitados de los demás. Al fin y al cabo, perder es la condición del ser humano. Se nace en posesión de una vida, que no se sabe de donde viene ni donde va pero que se pierde irremisiblemente, sin conocerse para qué ni para cuando.

Si esta es la lógica de la vida, esto es, la que corresponde a la pérdida irremediable, resulta coherente que también lo sea la del deseo, que es su esencia y su mejor exponente. El deseo siempre pierde. Nunca se satisface del todo. Y, si lo logra, si consigue el placer que explora, la satisfacción dura poco. Dura lo que dure el presente, que no es igual para todos. Unos lo estrechan y otros lo ensanchan. Un presente se define para cada uno por el tiempo que tarda en apagarse un placer. Por esta razón se ha dicho que el deseo es la desdicha del dichoso, que quiere vivir de continuo en un presente inmediato. Pero el placer siempre es breve y esporádico, mientras que el deseo es largo y asmático. No hay felicidad en sentido sustantivo, dicen algunos, sino búsqueda de la felicidad. En eso consistiría su manifestación más solvente. También hay quien lleva el problema a su territorio más carnal, y afirman sentenciosos y meticulosamente paradójicos que el orgasmo es una trampa que mata la satisfacción.

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No sabemos a qué carta quedarnos. Pero nos vence la impresión de que el arte de perder consiste en tomarse un tiempo. En saber que el deseo es lento, pausado y que como mejor vive es al acecho: observando y tanteando. El éxito lo mata.

El secreto del arte está en no sentirse nunca derrotado. Perdedor siempre, e incluso perdido por la vida con frecuencia, pero derrotado nunca. Porque la derrota es la que despierta la rabia, esa baba que se mezcla con la tristeza y preparan el peor cóctel posible para una vida alegre e incluso sana.

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