Ibarrola

El arte de esperar

«La espera prolongada, si no la sostiene la ambición, el triunfo o el fuego del odio y la venganza, pronto acaba en laxitud»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 12 de marzo 2021, 08:12

Es sabido que la vida actual discurre efervescente y sometida a una aceleración excesiva. Para corregir esta tendencia, íntimamente enlazada con la epidemia de depresiones ... que distingue a la modernidad, nos recomiendan promover la espera como remedio principal.

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Saber esperar, contar hasta cien antes de hablar, tener temple y tranquilidad, incluso paciencia para ver pasar el cadáver de tu enemigo, son exhortaciones de conducta que intentan corregir el vértigo de estos tiempos. Su acierto se apoya en la dinámica del deseo, que no admite prisas ni tirones violentos. Su discurrir debe de ser lento, aunque acepte de cuando en cuando ser interrumpido por algún que otro torrente pasional que ayuda a elegir, limpia el cauce y agiliza el curso de los anhelos.

Esperar puede ser un arte si se aplica con intención y conocimiento de la oportunidad, pero también puede mostrar otras caras más atormentadas. A veces no hay que aprender sino desaprender a esperar. La espera no sólo es una llamada al otro para que se detenga con nosotros a compartir lo que proceda o lo que haya, también es una fuente de vacío y soledad que puede angustiar. Siempre cabe la posibilidad de que sólo esperemos nada: la nada.

A la vida también hay que engañarla. La espera, tan elogiada por los más templados, puede acarrear desesperación y desesperanza. Además, bajo la excusa de combatir la impaciencia, se puede caer en la modorra indiferente y abúlica. La espera prolongada, si no la sostiene la ambición, el triunfo o el fuego del odio y la venganza, pronto acaba en laxitud y en esa actitud que se ha llamado procrastinación, dicho en términos cultos, o «vuelva usted mañana», cuando se dice a la pata llana.

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No precipitarse ni dejarse llevar por las corrientes es un sabio consejo que nos libra de muchos males, entre ellos de la depresión contemporánea, pero la falta de competitividad y ambición tampoco es recomendable, ni para esta época ni para ninguna anterior. Y no apunto nada sobre las épocas venideras, que quizá caigan en el letargo luminoso de las redes sociales. Si es certera o fiable la encuesta realizada entre jóvenes de 18 a 24 años, que concluye descubriendo que pasan más de cinco horas diarias ante el móvil, es difícil saber si están realmente esperando o están yendo a ninguna parte. No hay criterio para conocerlo o discriminarlo. El futuro nos reserva muchas sorpresas. Una de ellas las nuevas relaciones entre la velocidad, la espera y el deseo.

Hasta ahora el deseo ha sido el arte de mirarse a la cara y asumir las consecuencias, pero si ahora, además de taparnos la boca con la mascarilla, nos vemos indirectamente en la pantalla, las secuelas mentales no están claras. Ni el equilibrio emocional, ni la salvaguarda de lo que llamábamos pensar están garantizados ni poseen unos perfiles estables.

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El arte de esperar está a punto de elegir otras musas y otras galas.

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