Jesús Ferrero

Las aristas del perdón

Con el indulto a los golpistas catalanes quizás no estemos ofreciendo perdón sino solicitándolo

Domingo, 30 de mayo 2021, 08:07

El proceso de sentimentalización de nuestra vida pública va viento en popa. Se comprende fácilmente. Las emociones permiten simplificar la realidad y teñirla del color ... de la moral de cada cual, lo que es una tentación poderosa. Lo hemos visto en Ceuta, con el problema de la inmigración ilegal, tan grave y con tantas esquinas, donde la fuerza de dos imágenes/relato -la invasión, primero, y el abrazo, después- ha abrasado cualquier posibilidad de discusión racional.

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El fenómeno se ha repetido en las muy viscerales reacciones provocadas por el discurso de la novelista Ana Iris Simón -autora de la última sorpresa literaria de la temporada, 'Feria', que va por su octava edición- quien, en un acto impulsado por el Gobierno, y ante Pedro Sánchez, reivindicó el valor de la natalidad y reprochó que importemos inmigrantes cual divisas para cubrir nuestro déficit demográfico. Las acusaciones de criptofalangismo le han llovido como pedruscos de granizo.

Pero la discusión más estimulante es la del perdón. O sea, la de los indultos a los golpistas catalanes. Frente a la racionalidad estricta del dictamen del Tribunal Supremo -explicando con pelos y señales por qué no procede otorgar tal medida de gracia a quien no sólo no se arrepiente del delito cometido, sino que ha anunciado que persistirá en el intento- nos hemos encontrado con la invitación de nuestro presidente a no caer en «la venganza y la revancha». Frente a las razones de la ley, las emociones. Frente a la intransigencia independentista, el manoseo de nuestros buenos sentimientos. Obviamente, no es posible ignorar que esta posición tan revestida de bondad obedece a un interés propio, ligado al sostén de la mayoría parlamentaria. Pero lo inmediato no debe cegar el mar de fondo: la manipulación de los instintos bondadosos con fines políticos es práctica habitual.

Quede apuntada aquí una de las paradojas de nuestro tiempo hiperpolítico: mientras con una mano se está dispuesto a otorgar perdón a quien no lo pide, con la otra se niega incluso al que se arrepiente de faltas que ignoraba haber cometido, como Plácido Domingo, que sigue excluido de la programación del Teatro Real.

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Con todo, lo más inquietante es la probabilidad de que, con los indultos, no asistamos tanto a un ejercicio del poder de perdonar como a una sumisa petición implícita de perdón. Una solicitud dirigida a los separatistas catalanes por la indelicadeza judicial de haber metido en prisión a los líderes golpistas. Es el perdón de quien se humilla para que el otro, magnánimo, no nos golpee más y no se vaya de casa. Es una dinámica sentimental tóxica, muy reconocible, a la que, desde luego, hay que decir 'NO'.

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