Las aficiones inútiles
«Frente a las rutinas y aficiones convencionales, estas otras, que llamamos inútiles por su rareza y originalidad, son un recurso de rescate que en muchas circunstancias no nos vienen nada mal»
Esta primavera los árboles de nuestra ciudad han recibido un trato exquisito. Verlos tan crecidos, esplendorosos, más verdes incluso que en años pasados, gracias por ... supuesto a la lujuria acuática que han disfrutado, me permite entender y hasta justificar a un par de amigos, amantes de las plantas hasta el delirio. Dos amigos que alardeaban de identificar todos los árboles y arbustos que pusiéramos ante sus ojos, tanto en lengua vulgar como con un latinajo culto.
Es sorprendente el placer que se llega a sentir con algunas aficiones fuera de lugar, inútiles desde el punto de vista material y a menudo extravagantes. He conocido gente con aficiones muy extrañas, que en principio no tenían razón de ser y se consumían sobre sí mismas, de modo intransitivo, sin la más mínima finalidad. Recuerdo un conocido que podía discutir durante horas sobre vasos y vajillas con anticuarios especializados, sin que él se dedicara al tema, ni académica ni mercantilmente. Otro amiguete, administrativo en una fábrica, me descubrió que «lo sabia todo» sobre réptiles y arácnidos, y no tardó en hacerme una demostración cansina pero concluyente. Un empleado de banca me dio una lección sobre escarabajos, mejor dicho, sobre coleópteros, según precisaba con enfática cursilería. Y guardo el recuerdo de un informático que rivalizaba con quien fuere por ver quien conocía y nombraba más armas blancas, de las que poseía un indefinido repertorio.
Es sencillo calificar estas aficiones de inútiles, pero a alguna necesidad apuntan si nos fiamos de su proliferación y de la frecuencia con que las observamos. Cabe entenderlas, para buscarlas un sentido, como argucias del deseo para no venirse abajo. Al fin y al cabo, del deseo depende nuestro tono vital, la salud mental o espiritual y, por supuesto, la vida amorosa y en sociedad. Nada tememos tanto como la angustia y tristeza que nos desbordan cuando el deseo se detiene y le cuesta arrancar. Las depresiones, nuestro mal del siglo, según algunos sanjuanes lo han bautizado, no son más que deseos atragantados. No es de extrañar, por lo tanto, que intentemos inventar aficiones y refugiarnos tras de ellas con el sentimiento de tener una ocupación, o al menos una ilusión a salvo.
Las aficiones inútiles son un refugio que conviene tener a mano y saber aprovecharlo. En momentos de apuro siempre puede uno recurrir al estudio y observación de armas o invertebrados. Incluso puedo hacer de ello una pasión que mantenga el fuego de la vida candente y controlado. Frente a las rutinas y aficiones convencionales, estas otras, que llamamos inútiles por su rareza y originalidad, son un recurso de rescate que en muchas circunstancias no nos vienen nada mal. Entendidas como pasatiempos, hacen honor a su nombre, y nos permiten ir deshojando la vida cuando de repente se vuelve larga y plomiza como un invierno.
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