Ibarrola

Adelantando conversaciones

Crónica del manicomio ·

«La boca es el lugar elegido por el cuerpo para que cada uno vaya depositando el poso de cuanto le sucede»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 5 de febrero 2021, 08:01

No es fácil hablar a tiempo. Unas veces lo hacemos muy pronto, por imprudencia o ansiedad; otras demasiado tarde, por pereza, por duda o por ... ese retraso sistemático y neurótico que llamamos procrastinar. La escala de acierto discurre entre el sujeto tácito, de pocas palabras, y el que cotorrea sin parar.

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Sin embargo, la referencia en gerundio del verbo adelantar, que figura en la frente de este artículo, no corresponde a ese género de dificultades. No alude al personaje que habla por adelantado o habla más de la cuenta. Se refiere a un efecto epidémico. A una consecuencia de esa impersonalidad a que obliga la distancia preventiva que nos separa actualmente del prójimo y al aspecto enmascarado con que nos ofrecemos a dialogar.

Me remito pues a una experiencia epidémica, en concreto al hecho de que cuando uno camina rápido estos días, y va adelantando a distintos grupos de personas, los distingue ante todo por las conversaciones que va oyendo al pasar, ya que no tiene acceso a sus rasgos fisionómicos ni a su gesto individual. Lo que oímos alude generalmente al tiempo, el virus, la cocina o la enfermedad, que son el argumento urgente de casi todos los diálogos en estos ambientes callejeros. Cabe sorprender también algún intercambio malicioso de información sobre el comportamiento de amigos o familiares, que sacan a relucir enfáticas frases que aportan veracidad, como esa que dice «¡pero qué me estás contando!», que se sigue del contundente «lo que estás oyendo».

En ocasiones uno se volvería para curiosear y observar de refilón a los interlocutores, pero renuncia a ello de inmediato, pues sabe que no va a ver la cara de los personajes y mucho menos la boca, ese órgano que, aparte de multiusos, revela el carácter y hasta la moral de cada cual. Sin observar la boca, pocas cosas podemos entender ciertamente de los demás. Apuleyo afirmó que «la boca es la antesala del alma, la puerta del discurso y el lugar de reunión de las ideas», pero creo que se quedó corto en su consideración.

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La boca es el lugar elegido por el cuerpo para que cada uno vaya depositando el poso de cuanto le sucede. Reúne, por lo tanto, la historia personal, la exhalación del lenguaje y la más brava carnalidad. Sólo por ello ya nos podemos hacer una idea de la ignominia que supone ocultarla por costumbre y la tragedia que depara hacerlo por necesidad. Entre todos los procesos de cambio que se aventuran tras el confinamiento y todas las especulaciones que la epidemia lleva consigo, quizá pocos sean más trascendentes que este. A duras penas podemos pensar en el trato con alguien si no contamos con ese privilegio semiótico que es la sonrisa, signo por antonomasia del placer y la verdad. Sin ver la cara, la boca en su centro y la sonrisa como signatura del conjunto es difícil que podamos entender el amor de alguien ni admitir el gusto por la vida y la amistad.

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