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Rescate de la víctimas en la estación de Atocha. AFP
15 años del horror

15 años del horror

Ninguno de los atentados yihadistas perpetrados contra sociedades abiertas ha causado los destrozos que provocó el 11-M en la política y en las instituciones de nuestro país

El Norte

Valladolid

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Lunes, 11 de marzo 2019, 07:47

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El 11 de marzo de 2004 la sinrazón más espantosa se apoderó de la vida de mujeres y hombres sorprendidos por el terror. El asesinato de 191 personas hirió para siempre a muchas otras. El carácter indiscriminado de los atentados sumió a sus víctimas en el desconcierto, al verse señaladas por un infortunio tan brutal e inexplicable. Pero mientras quienes padecieron directamente el quebranto sufrían lo indecible, la política española se encaminó hacia la división más dañina que ha experimentado en democracia. Ninguno de los atentados yihadistas perpetrados contra sociedades abiertas ha causado, ni de lejos, los destrozos que provocó el 11-M en la política y en las instituciones de nuestro país. La obsesión por imputar la autoría material o la instigación de los atentados a ETA por parte del Gobierno de Aznar dio paso a la 'teoría de la conspiración', que presentó la masacre como la obra de una trama urdida para que Rodríguez Zapatero ganara las elecciones generales tres días después. Dio paso a un ambiente irrespirable que solo las evidencias mostradas en el juicio en la Audiencia Nacional en 2007 y el transcurso del tiempo lograrían disipar. La propia naturaleza del terrorismo yihadista impide identificar con exactitud a los autores intelectuales de cada atentado. Era así con la 'galaxia Al Qaeda', y lo sigue siendo con un ISIS que ya no cuenta con las bases territoriales de que disponía hace solo unos meses en Oriente Medio. La extensión global de las redes de reclutamiento e inducción violenta se vuelve en muchas ocasiones inaprensible para el Estado de Derecho garantista. En estos quince años los tribunales españoles han condenado a 200 personas por actividades vinculadas al terrorismo yihadista –una tercera parte de nacionalidad española-, aunque otros tantos lo han sido en el resto de Europa y en Marruecos, tras haber operado en España. A las que habría que sumar los activistas muertos, tanto en nuestro país –15– como en otros; especialmente Afganistán, Irak y Siria. La capacidad de anticipación, detección y seguimiento de células e individuos es infinitamente mayor que antes del 11-M. Pero el hecho de que la radicalización yihadista haya penetrado, mediante contactos directos, entre jóvenes de ascendencia magrebí que nacieron aquí o vinieron de niños interpela también a sus respectivas comunidades religiosas y a sus familias extensas.

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