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Tres meses sin Diana Quer

Tres meses sin Diana Quer

El paso de los días va minando el ánimo y la fe en que, finalmente, todo acabe bien

IRMA CUESTA

Martes, 22 de noviembre 2016, 18:01

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Don Francisco, el cura de la parroquia de Pozuelo de Alarcón a la que Diana López-Pinel suele ir los domingos, sigue firme en su propósito de conseguir una intercesión divina que contribuya a resolver el misterio. Hace ya noventa días que el párroco pide ayuda en sus plegarias dominicales consciente de que, a estas alturas, hará falta algo muy parecido a un milagro para que la hija de su feligresa regrese a casa sana y salva. Hoy, cuando se cumplen tres meses desde que Diana Quer desapareció, el panorama sigue siendo desolador: doce semanas, más de 200 interrogatorios, un trabajo de disección del móvil a la altura de la mejor de las actuaciones de CSI y un sin fin de operaciones de rastreo después, es como si se la hubiera tragado la tierra.

Desde aquella madrugada del 22 de agosto en la que Diana desapareció, los agentes de la Guardia Civil que investigan el caso abren y cierran puertas sembradas de posibilidades infinitas. Empeñados en resolver un caso que ha prendido como pocos entre la opinión pública, comenzaron su tarea remontándose a mediados de agosto, cuando Diana (madre) y sus dos hijas dejaron Madrid para pasar unos días en A Pobra de Caramiñal, el pueblo en el que veranean desde que, en el año 2000, el todavía matrimonio Quer compró un chalet en la localidad coruñesa.

Una semana después, en plenas fiestas patronales, Diana saldría de casa y pasaría unas horas en el parque Valle-Inclán, un lugar perfecto para beber y charlar con los amigos en plenas fiestas patronales. La cosa fue bien hasta que, poco después de las dos de la madrugada, se despidió de la pandilla y emprendió el regreso a una casa a la que nunca llegaría. Horas después saltaría la alarma. Su madre, preocupada, denunciaba su desaparición y todos, familia y amigos, comenzarían a vivir una pesadilla de la que aún no se han despertado.

Lo primero que consiguió saberse del destino de Diana fue que había pasado por Taragoña, un pueblo cercano a A Pobra, y que había llegado allí en compañía de un joven. Se aseguró que una vez allí dejó el coche en el que iba y se subió a otro en el que un par de hombres con no demasiada buena pinta la esperaban. Aquellos datos movilizaron a los agentes, que trataron de encontrar el rastro dejado por esos supuestos compañeros de viaje. La investigación se centró entonces en las personas, pero también en el teléfono de la chica. Según el rastro dejado por su iPhone 6, Diana había estado al menos una hora en Taragoña. Pero, ¿qué hacía allí? ¿Con quien había ido?¿Había acudido libremente? De poco ayudaron los testimonios de sus amigos de A Pobra. Todos aseguraron que Diana parecía normal, que nada hacía pensar que algo la preocupara aquella noche y que nadie puso en duda cuando se despidió que su intención no fuera irse directamente a casa.

Aun así, una de las pocas cosas de la que tanto la Guardia Civil como la Unidad Central Operativa tienen certeza es que Diana estuvo en Taragoña, y que un cuarto de hora después de llegar, dos minutos antes de las tres de la madrugada, alguien tiró su teléfono a la ría. Y es que, hasta el día en que un mariscador que faneaba entre el muelle de Taragoña y el puente de la autovía del Barbanza no dio con el terminal dos meses y cuatro días después de la desaparición, la impresión es que la Policía solo había dado palos de ciego.

Nadie en el marco de la investigación duda de que ha sido el móvil el que ha hecho posible que se reconstruyeran los hechos, al menos en una parte. En el entorno del equipo liderado por nuestros Gil Grissom particulares aseguran que por fin han dado con la forma de acelerar la resolución de un caso que tiene en vilo a buena parte del país. Los expertos afirman que el entorno de la joven padres dolorosamente divorciados, de clase media alta y con una hermana pequeña, Valeria, especialmente frágil navegando entre la desesperación por la pérdida de Diana y sus propios problemas ha convertido el caso Quer en el centro de todas las miradas.

Pocos hechos ciertos

Nacho Abad, periodista especializado en sucesos que ha seguido el asunto desde el primer día, cree que también contribuye a alimentar el deseo de noticias que el tiempo pase sin que se registren grandes avances en la investigación. Adscrito al equipo de Espejo público, el programa matinal de Antena 3, Abad opina que este es un caso especialmente complicado en el que está resultando muy difícil conseguir datos certeros. «Desde el principio, como el nivel de consumo de información es muy alto, se han ido dando muchas noticias falsas. De hecho, hay pocos hechos ciertos y muchos los que han asegurado haber visto a alguien parecida a Diana en su pueblo». El especialista reconoce que también él se ha visto obligado a cambiar de idea en varias ocasiones, y que llegado a este punto lo único que considera fiable para soñar con una pronta resolución del caso son las señales de posicionamiento del móvil y la información que las entrañas de ese aparato puedan alumbrar.

La realidad es que, a día de hoy, lo único que se sabe con certeza es que los investigadores lograron la semana pasada recuperar casi el 70% de los datos almacenados dentro del móvil; que los nuevos whatsapp que ahora la Policía analiza cuidadosamente abren nuevas vías de investigación, y que la Guardia Civil ha acotado el radio de búsqueda a 50 kilómetros en los alrededores de Taragoña.

De que las cosas no van todo lo bien que nos gustaría dan idea las palabras del delegado del Gobierno en Galicia, Santiago Villanueva. Ayer, como cada día, los periodistas preguntaron a Villanueva cómo iban las cosas y el hombre contestó con un pobre «evoluciona», sin duda preferible a un estancado, pero que sigue sabiendo a muy poco. Por si fuera poco, Félix Isaac, el juez que se ha hecho cargo del caso hace solo unos días tras el cambio de destino de su predecesora, acaba de ampliar el secreto del sumario, de manera que las posibilidades de acceder a novedades oficiales que arrojen algo de luz sobre tanto misterio son escasas.

Así, los días discurren mientras la madre se aferra a la idea de que su hija sigue viva, y su padre, y muchos de sus amigos, empiezan a temer lo peor. Todo el mundo sabe que el reloj corre en su contra y muy pocos creen que la joven de 19 años ha dejado su casa, su familia, sus amigos y sus sueños de convertirse en modelo por propia voluntad. La mayoría, eso sí, se pregunta cómo es posible que en esta suerte de era Gran Hermano en la vivimos, con helicópteros de la DGT surcando los cielos, drones sobrevolando nuestras nubes y cámaras de seguridad en casi cada esquina, aún no haya un solo rastro que lleve a Diana.

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