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Símbolo político de una generación

El titular de la Corona ha decidido que es tiempo para el relevo. El desafío no es ahora menos intenso que hace cuarenta años y nos afecta a todos

pablo pérez lópez

Lunes, 2 de junio 2014, 18:27

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Este verano se cumplirán cuarenta años de la primera vez que el Príncipe Juan Carlos asumió, provisionalmente, los poderes de Jefe del Estado. Su padre, Don Juan de Borbón, en ese momento depositario de los derechos de la familia real, estaba entonces en Sanlúcar de Barrameda. El catedrático Antonio Fontán fue a visitarle y hablaron de qué podría suceder si Franco fallecía. Don Juan decidió llamar a su hijo, Juan Carlos, para saber qué opinaba: "le parecía bien que no estuviera en España", vino a decirle. El padre siguió el consejo. Al año siguiente, fallecido Franco, don Juan llamó a Fontán a París y le pidió que transmitiera un mensaje a su hijo, el Rey, lo antes posible, directamente y sin testigos que él don Juan había decidido abdicar en su favor, transfiriéndole los derechos históricos de que era depositario y la jefatura de la dinastía.

Es posible que estos recuerdos hayan pasado por la cabeza del Rey Juan Carlos I últimamente. La historia de las familias reales tiene la virtud de convertir lo general en particular, lo colectivo en personal, y hacer así de lo concreto un símbolo. Ahí radica buena parte de su función política: al convertir en símbolo de un pueblo a una mujer o un hombre, manifiestan en primer lugar una voluntad de unidad. Ese puede considerarse el primer logro de Juan Carlos I y la Corona en estos años: enfrentarse al desafío de mantener unidos a los españoles en torno a un proyecto común. Su conocimiento de las profundas divisiones que habían roto el país dejaba pocas dudas sobre la entidad del desafío.

En estrecha conexión con ese significado, el Rey Juan Carlos I encarnaba una generación. Hasta las personas que eligió como colaboradores más directos para poner en marcha su proyecto político lo ponen de manifiesto. Se ha dicho muchas veces de Adolfo Suárez y se puede decir de muchos otros: eran la generación de la reconciliación, lucharon por conseguirla, y la lograron.

Por último, como a todo ser humano, el tiempo le dejó sus marcas: sus logros y sus debilidades están ahí para que las estudiemos. Las lacras del tiempo de la democracia se han vivido en carne propia en la familia real.

El titular de la Corona ha decidido que es tiempo para el relevo. El símbolo debe prestar un nuevo servicio en un tiempo nuevo. El desafío no es ahora menos intenso que hace cuarenta años y nos afecta a todos.

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