La peregrina número 14
Una suma de fatalidades hicieron de Denise Thiem la víctima perfecta de Miguel Ángel Muñoz, un tipo que pese a tener 37.000 euros en el fondo de su casa asaltaba peregrinos y robaba tomates
jAVIER cALVO
Domingo, 20 de septiembre 2015, 12:15
El viento, y el silencio. Entre Castrillo de los Polvazares y Santa Catalina de Somoza, en pleno Camino de Santiago, la ruta avanza entre encinas y chopos, con decenas de peregrinos pisando piedra suelta. Y siempre en medio de un silencio atroz, que invita a la reflexión.
«El Camino, como realmente se siente, es cuando se hace en solitario», aseguran algunos hospitaleros, porque mantienen que así se encuentra el alma y se alivia la mente.
Y por ahí venía el interés de Denis Pikka Thiem, una norteamericana de 41 años, en avanzar a lo largo de esta ruta. Siempre le había fascinado este recorrido, ha confesado su hermano Cedric. Denis, prudente, pausada, poco amiga de las locuras, había decidido tomarse un año de descanso en su agitada vida profesional «para conocer mundo».
El Camino, el mismo en el que encontró la muerte, era el último reto antes de regresar a su residencia en Arizona. En sus correos electrónicos ya apuntaba que tenía ganas de volver, de sentarse junto a su familia, de charlar sobre las experiencias vividas.
Desde Pamplona, su punto de partida, hasta Castrillo de los Polvazares, Denise, sonriente, inseparable de su gorro y su mochila, intermitente a la hora de ir acompañada o en solitario, ya había recorrido más de 400 kilómetros de ruta. Por delante aún le quedaban 280 más hasta poder abrazar al Apóstol, porque ése era su objetivo.
La huella de esta mujer nacida en Hong Kong se esfumó, como el viento, en la maragatería. Todo fue un cúmulo de desdichas, de desafortunadas coincidencias que terminaron en barbarie y fatalidad.
Denise llegó a Astorga el día 4 de abril y recorrió la capital maragata, sus calles, sus lugares de interés. Siempre lo hacía, en cada etapa, porque en sus correos y en sus charlas por Skype estaba acostumbrada a narrar los detalles de cada uno de los lugares que visitaba.
Le gustaba charlar con otros peregrinos, porque su carácter era alegre y divertido. Hablaba de lo recorrido hasta ese instante, y de lo que quedaba en este camino en el que el misticismo y el simple turismo en ocasiones se dan la mano. En la capital maragata preguntó por la próxima etapa y en su mente estaba llegar a El Ganso una localidad, según le habían advertido, en la que había «un par de buenos albergues».
Denise, creyente, con la fe a flor de piel, también quería ir a misa antes de abandonar Astorga. Antes, en ese día 4, se había presentado en el albergue de San Javier, un clásico del Camino por su proximidad a la catedral.
'Missing'
A la hospedería de San Javier se llega por una calle estrecha, por la que se cuela el sol a primera hora del día y en la última de la tarde. En la entrada al inmueble, a la derecha de la segunda puerta y tras superar un portón, le esperaba la figura de un peregrino, una talla de madera ante la que no pocos viajeros de han fotografiado. A la izquierda, un tablón de anuncios, el mismo en el que diez días después colgaría su fotografía con un llamativo 'missing'. El suelo, de piedra unida por cemento, y dentro, una amplia estancia con una cocina al fondo, una chimenea, una mesa de masaje, un tranquilo patio, y amplias estancias con literas en la primera planta.
Denise era la peregrina 'número 14' en ese día. Pasó la noche junto a otros 72 compañeros y a primera hora del Domingo de Resurrección desayunó en la cafetería Gaudí. Allí conversó con otro par de peregrinos, que le perdieron el rastro en la iglesia de Santa Marta. Hablaron de cosas intrascendentes, vinculadas al Camino y a las actividades de cada uno de ellos, según aseguró el italiano Giorgio Candoni, que participó en aquella tertulia.
La vida de la peregrina norteamericana se fue consumiendo a medida que se alejaba de Astorga, superó Murias de Rechivaldo y Castrillo de los Polvazares, terreno llano, al pie de una carretera salpicada habitualmente de vehículos. Un camino de viento y soledad.
Nunca pudo pensar esta mujer que el hecho de caminar en solitario, esta vez alejada del resto de peregrinos, sin contacto visual con ningún otro compañero, le convertiría en la víctima perfecta para un loco.
Miguel Ángel Muñoz vivía en su casa prefabricada desde hace más de dos años. En el entorno de esa casa, levantada en una finca mal vallada y muy poco cuidada, residía el mal. Él parecía obsesionado por los peregrinos, a los que vigilaba con los prismáticos, y su figura se asociaba con varios «incidentes» en la zona, además se había convertido en un conocido «raterillo» de la zona.
Porque Miguel Ángel, curtido por el sol, con barba y de poca conversación, estaba 'marcado' por un par de incidentes menores con otros peregrinos y por los recelos de los vecinos, a los que robaba tomates, manzanas y peras.
Un cartel pidiendo ayuda en la búsqueda, a la entrada del albergue de San Javier.
El hombre que robaba tomates
«Primero fue a ver el invernadero, preguntó si se podía pasar. Pero él iba a ver lo que allí había. Después me desaparecieron los tomates y me encontré que se los había vendido a un restaurante de la zona como que fueran de su cosecha. Él era así, pero nunca pensé que pudiera matar a una persona», asegura uno de los vecinos.
Miguel Ángel, según él «casado y con una hija a la que se quería traer para aquí», vivía en una finca familiar bajo el techo de una vivienda prefabricada de apenas 60 metros cuadrados y con media docena de dependencias. La casa, malpintada, tenía humedades y goteras y para sorpresa de los investigadores del caso escondía en el suelo 37.000 euros.
¿Por qué un hombre con ese dinero acosaba a los peregrinos y robaba tomates? «Es que él no está bien», asegura otro vecino con el que se cruzaba casi a diario y al que nunca saludaba. En su mente turbia Miguel Ángel Muñoz, que había llegado procedente de Navarra, espiaba con obsesión a los peregrinos. Lo hacía desde los puntos más altos que la orografía generosamente ofrece entre Castrillo y Santa Catalina.
Prismático en mano veía a los caminantes en la distancia, veía si avanzaban solos o en grupo, si era un hombre o una mujer. En realidad catalogaba a sus posibles víctimas. La policía cree que Denise era el objetivo ideal: mujer, alejada, sin compañeros a la vista y sin nadie que en ese momento se acercara por la zona.
En la investigación se cree que fue el hoy asesino confeso quien fue a por ella pese a que Miguel Ángel Muñoz, en la reconstrucción de los hechos, aseguró que la peregrina, perdida en el Camino, acudió a su domicilio para pedir colaboración.
Sea de un modo o de otro el desenlace fue el peor imaginable. Denise agonizó en el suelo tras recibir un golpe mortal y su agresor, frío y demente, tiró de ella hasta esconderla en una madriguera de jabalí.
En la investigación también se cree que la mujer intentó defenderse y que por ese motivo el hombre que puso fin a sus sueños le cortó las manos en un acto vil, propio de un hombre sin corazón.
Todo jugó en contra de Denise, incluso después de muerta, porque ella no usaba móvil y la denuncia por su desaparición no se presentó hasta que su alarmada familia pisó el Aeropuerto Adolfo Suárez. «Se perdieron más de diez días, que hubieran sido determinantes para la investigación», se aseguró.
Ese tiempo eliminó rastros y dejó casi en el olvido la senda de quienes habían coincidido con ella en el Camino. Sin embargo, es cierto, el esfuerzo policial resultó titánico. En la investigación se cotejaron los registros de todos los albergues por los que ella había pasado, se intentó localizar a quienes coincidieron con la mujer, se hicieron más de 200 entrevistas dentro y fuera de España y se rastreó la zona con el convencimiento de que la tierra no podía haberse tragado a esta mujer.
Todo ello, con la mirada fija en Miguel Ángel Muñoz, porque él siempre fue el sospechoso 'número 1'. Pero éste no cometía errores, seguía su rutina y en los seguimientos a los que fue sometido nunca se salió del patrón.
El error
Fue así hasta que cometió su gran error. El gran error del sospechoso fue acudir al banco con el botín de su tropelía. Él, que tenía más de 37.000 euros a buen recaudo, acudió a cambiar mil euros que Denise tenía en su mochila. La empleada de la sucursal fotocopió algunos billetes y dio aviso a la Policía, que logró cotejar ese dinero con el sacado por la peregrina en su país meses antes. Eran los billetes de Denis, fue la conclusión.
Fue a partir de ese instante cuando el caso tomó otro cariz. La Policía centró toda la investigación en la figura del hoy asesino confeso, incluso meditó si poner cámaras en el interior de su vivienda. Con la presión del gobierno americano encima el gobierno español ordenó acometer una masiva operación de búsqueda y rastreo porque Miguel Ángel Muñoz, el hombre que robaba tomates en su bici, era sin duda el culpable de este suceso.
Los acontecimientos llegaron en cascada. Cinco meses después de la desaparición 300 efectivos de diferentes cuerpos recorrieron cada palmo de terreno en busca de Denise en una macrooperación nunca vista a nivel nacional. El cuerpo sin embargo sólo pudo ser localizado cuando el sospechoso confesó. Fue en el momento de ser detenido en Asturias, hasta donde se había desplazado para escapar de la escena del crimen buscando, como un sarcasmo, el anonimato en el propio Camino de Santiago.
«Lo hice yo», aseguró a los agentes. Su confesión cierra una historia terrible que deja, junto al viento y el silencio que rodea el Camino, el recuerdo permanente de la peregrina Denise Pikka Thiem.