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Mitt Romney, junto a su esposa.
No es país para perdedores

No es país para perdedores

Mitt Romney amaga con presentarse a las presidenciales en 2016, ignorando los precedentes de ilustres derrotados como Adlai Stevenson

Óscar Bellot

Domingo, 18 de enero 2015, 07:41

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Estados Unidos suele jactarse de conceder una segunda oportunidad a quienes con constancia buscan la gloria. Un espíritu que impregna uno de sus símbolos por excelencia, la Estatua de la Libertad. "Dadme vuestros seres pobres y cansados. Dadme esas masas ansiosas de ser libres, los tristes desechos de costas populosas. Que vengan los desamparados. Que las tempestades batan. Mi antorcha alumbra un umbral dorado". Así reza el poema de Emma Lazarus contenido en una placa del pedestal más famoso del mundo. Unos versos que aluden tanto al afán de autonomía con que los inmigrantes arribaban a la costa neoyorquina como al nuevo comienzo que para los más humildes suponía su llegada al Nuevo Mundo. Pero si hay un tablero donde casi nunca impera dicha voluntad ese es el político, pues en el país del 'Tío Sam' los políticos que fallan una vez en su intento de conquistar la cima gozan de poco crédito futuro.

Bien debería tenerlo presente Mitt Romney, quien amaga con volver a saltar al ruedo en un desesperado intento de lograr lo que su correligionario John McCain abortó en 2008 y que cuatro años más tarde tornó en imposible Barack Obama. El exgobernador de Massachusetts no ha dado todavía ningún paso claro. Lo que ha hecho hasta el momento es, más bien, meter los pies en el agua para ver si merece la pena darse un chapuzón. Pero pocos son los que, tras semejante acumulación de naufragios, osaron volver siquiera a asomarse a la piscina.

El caso más célebre de ilustres perdedores que jamás pudieron poner los pies en la Casa Blanca sin previa invitación de su inquilino lo representa Adlai E. Stevenson. Gobernador de Illinois entre 1949 y 1953, se convirtió en el faro intelectual de un Partido Demócrata que andaba buscando extender su prolongada estancia en el 1600 de Pennsylvania Avenue tras los mandatos de Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman. Su sueño se quebró con la entrada en liza de Dwight D. Eisenhower. Las credenciales que se ganó el general como comandante supremo de las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial resultaron suficientes para doblegar en dos ocasiones a uno de los políticos más respetados de la época. Stevenson volvería a ser cortejado por el ala más idealista del Partido Demócrata en 1960, pero sus suaves maneras no eran las idóneas para batirse con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson. Demasiado cordero para tamaños lobos políticos.

Mas Stevenson no fue el único aspirante a la Casa Blanca que tropezó dos veces en la misma piedra. Hasta el momento se han celebrado 57 elecciones presidenciales en Estados Unidos. Tan sólo en 17 de ellas, un candidato derrotado volvió a presentar batalla. Y casi todos los precedentes se registraron en los siglos XVIII y XIX. A John Adams le cerró las puertas George Washington, teniendo que conformarse con ejercer como vicepresidente hasta que en 1796 tomó el testigo del hombre que condujo al país a la independencia. Y otro de los 'padres fundadores', Thomas Jefferson, también sufrió dos derrotas hasta que en 1801 fue investido presidente. Entre quienes pincharon en hueso antes de saborear el triunfo se cuentan asimismo mandatarios hoy tan reverenciados como John Q. Adams o Andrew Jackson y otros mucho menos gloriosos como William Harrison.

El último que renació de sus cenizas

Pero son muchos más los que, como Thomas E. Dewey, jamás renacieron de sus cenizas. Sí lo hizo, en cambio, Richard M. Nixon, a cuyo ejemplo podría agarrarse ahora Romney, y por más de una razón. Como en el caso del exgobernador de Massachusetts, el político californiano despertó en su día recelos debido a su pertenencia a una comunidad religiosa minoritaria. Nixon era cuáquero, una confesión que hunde sus raíces en la Inglaterra del siglo XVII y que se caracteriza por la rectitud y sencillez de sus miembros, quienes albergan la creencia de que cada persona lleva dentro de sí algo divino. Romney es mormón, una tradición religiosa que suscita mucha mayor desconfianza entre los estadounidenses. Y, como a Nixon, le doblegó un adversario con mayor carisma que él.

Si Romney se refugió en sus negocios tras la derrota sufrida en 2012, Nixon apenas se concedió un pequeño respiro antes de volver a la arena política en su estado natal. Optó al cargo de gobernador de California y fue derrotado. Su carrera parecía acabada. Pero la guerra de Vietnam, la legislación sobre derechos civiles aprobada bajo los auspicios de Lyndon B. Johnson y la desaparición de los hermanos Kennedy le abrieron de nuevo las puertas de la Casa Blanca. Resurgió cual 'ave Fénix' y se impuso a Hubert Humphrey en 1968.

Una hazaña a la que se aferra un Romney renuente a renunciar a un sueño que alberga desde que, siendo un joven ambicioso, vio cómo su padre debía de retirar su candidatura presidencial ante la imposibilidad de luchar por la nominación del Partido Republicano con dos colosos como Richard Nixon y Nelson Rockefeller. ¿Será suficiente su avidez para sepultar a las fuerzas que contra él se alzarán? El tiempo dirá.

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