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J. A. P.
Viernes, 3 de enero 2025, 20:00
La bailaora Micaela Flores Amaya, conocida artísticamente como la Chunga, ha muerto a los 87 años de edad, una década después de que le fuera diagnosticado un cáncer de pulmón.
La triste noticia la ha confirmado su hijo este viernes en Antena 3, donde ha anunciado su fallecimiento tras varios días «entrando y saliendo del hospital».
Según ella misma narraba en su visita a Valladolid en 2013 para exponer sus pinturas en el Palacio de Pimentel, el sobrenombre de la Chunga le venía porque cuando nació era «poquilla cosa, fea y muy negra», por lo que, argumentaba, en su caso «chunga quiere decir mal hecha».
Como se puede leer en la biografía sobre su persona colgada en la página web del Festival Flamenco de Barcelona, Micaela Flores Amaya nació en Marsella en 1938 y pronto se traslado junto a su familia a Barcelona, donde bailó descalza desde los seis años entre las mesas de los bares del distrito V. Allí la descubrió el pintor Paco Rebés, que se convirtió en su mecenas y le facilitó la formación artística necesaria para convertirse en un mito del flamenco.
Su profesora fue Emma Maleras que describió que «era imposible que aprendiese ningún paso, no podía soportar los zapatos, se los quitaba y los tiraba al rincón» y ahonda, «como no conocía los días de la semana, para hacerle entender cuándo debería volver para la siguiente clase, le abría la mano en abanico y cogiéndole los dedos le decía: mañana, no; el otro, tampoco; el otro».
Una vez que dio el salto a Madrid vivió su gran auge, lo que llevó a bailar en Las Vegas, Nueva York o México descalza, como era característico en ella.
Además de sus múltiples apariciones en televisión, la Chunga es célebre porque desarrolló su arte sobre un lienzo en el que Dalí había dejado pintura, lo que sirvió al artista catalán para inmortalizar sus pasos.
Ella misma se convirtió, como refleja este reportaje escrito durante su visita a Valladolid en 2013, en una artista plástica especializada en la pintura naif a través de unos cuadros en los que nunca faltaba el negro, su color preferido, «es el más elegante pero también porque a lo mejor por dentro estoy triste... todos los gitanos cantamos y bailamos pero a veces no se ve lo que llevamos dentro», decía entonces.
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En sus pinturas reflejaba gitanas, batas de cola o escenarios flamencos. En contraste con la rotundidad colorista, su pintura no solía reflejar caras risueñas. «Son tristes, no sé por qué, siempre me sale mi cara y la de mi hija».
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