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Varufakis llega en su Yamaha a una reunión con el primer ministro.
Un adiós a su estilo

Un adiós a su estilo

A Varufakis siempre le ha gustado romper moldes. «Su apariencia deja claro que no juega según las reglas que otros establecen para él»

CARLOS BENITO

Martes, 7 de julio 2015, 17:18

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Una de las primeras cosas que ha hecho Yanis Varufakis tras abandonar el cargo de ministro de Finanzas ha sido actualizar su perfil de Twitter, esa descripción aparentemente casual y en realidad muy meditada con la que cada uno elige presentarse ante el mundo. Y ha optado por la siguiente formulación: «Profesor de Economía, dedicado durante años a escribir tranquilamente oscuros textos académicos, hasta que le empujó a la escena pública el necio manejo por parte de Europa de una crisis inevitable». El exministro griego siempre había dejado muy claro que no quería ser político; que, de hecho, le horrorizaba la mera posibilidad de convertirse en algo lejanamente parecido a un político profesional. Y, ya que las circunstancias habían acabado llevándole por esa senda indeseada, al menos ha evitado mimetizarse con ese gremio que tan poco le entusiasma: en estos cinco meses, Varufakis se ha convertido en el político con menos apariencia de político que ha recorrido Europa.

Es lo que podríamos llamar su legado estético, una suma de estilo personal y actitud carismática que ha hecho de Varufakis un improbable icono pop de la política comunitaria. Su despedida ha aportado un par de imágenes más para completar su álbum de momentos memorables: el domingo, cuando se sabía ya que los griegos habían dicho un rotundo no a la troika, el ministro que ha servido de mascarón de proa al Gobierno de Syriza dio la correspondiente rueda de prensa en camiseta, ataviado con una prenda gris, sobria y ceñida que bastaba para expresar un rechazo radical a toda la farfolla habitual de la política. Ayer mismo, abandonó el ministerio con la mochila al hombro, como quien sale de tomarse el vermú en un bar, y después se montó en la Yamaha junto a su esposa, la artista Dánae Stratou. Con un par de acelerones, se alejó de los aplausos y aclamaciones que acompañaron su marcha, en una salida de escena más propia de una veterana estrella del rock que de un ministro cesante y fugaz.

Durante su breve paso por el Gobierno, la capacidad asombrosa de Varufakis para dinamitar las convenciones se ha estudiado y explicado desde diversos puntos de vista. El primero y más obvio, cómo no, es el del individualismo a ultranza: el exministro ha sido siempre un outsider, un bicho raro, un tipo terco y un poco arrogante, acostumbrado a romper los moldes y evitar la prisión de lo establecido. Es el político que no quiere ser político, pero también el economista que considera su disciplina «un sacerdocio siniestro» o el marxista «informal y contradictorio» que ha disfrutado del privilegio de una familia muy rica. Es, en fin, el niño porfiado que decidió eliminar la doble ene de su nombre en cuarto curso y se ganó una rebaja de dos puntos en la nota: los profesores consideraron que el cambio constituía una falta ortográfica, pero él argumentó que tenía «un problema estético» con el nombre de Yannis y preguntó cuál era la regla que obligaba a escribirlo así.

Choque entre mundos

Algunos expertos en moda también han vinculado su manera de vestirse y de actuar con su labor docente, que ha desempeñado en universidades de tres continentes: Varufakis sería ahí el maestro enrollado y cómplice que se siente cómodo en un espacio propio, a medio camino entre los estudiantes y los compañeros más severos de claustro. Pero, por supuesto, su insolencia estética tiene además una dimensión política. «Él ya era una figura popular en Grecia antes de convertirse en ministro de Finanzas, y parte de su atractivo siempre ha estado en su personal sentido de la moda. Pero la elección de mantener su estilo personal incluso en los encuentros oficiales es un potente significante político. Representa su actitud general de desafiar la manera en que se ha manejado la crisis: así deja claro que no juega según las reglas que otros establecen para él», explica a este periódico la profesora Maria Kyriakidou, de la Universidad de East Anglia, que destaca también cómo Varufakis ha logrado no traicionar el vínculo con el electorado joven. En la misma línea se pronuncia Patrycia Centeno, autora del libro Política y moda, la imagen del poder: «Varufakis imprime carácter. No es que vista bien, pero transmite fuerza, poder y seguridad con un atavío nada clásico: la cabeza rapada, las camisas de colores, las botas moteras, la chupa de cuero, los cuellos subidos y, ahora, ¡la camiseta! El sistema político es, por defecto, conservador, y cualquier mínimo cambio se percibe como una amenaza. Varufakis se ha mantenido fiel a sí mismo a sabiendas de la provocación que representaba su apariencia».

Desde luego, nadie puede negar que su estampa planteaba una seria amenaza estética a sus interlocutores: a muchos de ellos les bastaba situarse a su lado para parecer inmediatamente caducos, aburridos y tensos, como vestigios de una era pasada. Varufakis irrumpía como un soplo de aire fresco en un mausoleo: saludaba sin sacar la otra mano del bolsillo, sonreía con esa boca experta en los matices de la ironía y daba la impresión de sentirse muy a gusto, mientras a los otros políticos se les veía desconcertados, con prisa por regresar a los códigos habituales de conducta. Hubo periodistas griegos que, allá por febrero, auguraron un «choque entre mundos» cuando Varufakis se entrevistase con Luis de Guindos, cuyo estilo no puede calificarse de aventurado, pero el contraste que ha quedado en la memoria es el de su encuentro con el ministro de Hacienda del Reino Unido, George Osborne: el griego, con la camisa azul por fuera y un llamativo tres cuartos negro, se aproximó por Downing Street pisando fuerte con sus botas de motero; el inglés le recibió con el atuendo estándar del político inglés, ese traje impecable y bastante soso que, en la trayectoria vital de la clase alta, parece tan ineludible como el uniforme de colegio privado. «La política británica clama por tener un inconformista como Varufakis», llegó a publicar el conservador Telegraph, en un decidido elogio de la normalidad callejera frente a la pompa política.

En estos meses, a Varufakis le han comparado con un macarra de discoteca, con Bruce Willis batiéndose el cobre en la jungla de cristal de la eurocracia o incluso con los traficantes de drogas del Manchester de los 90. Ha sido objeto de incontables parodias en Internet y de artículos de prensa que más parecían declaraciones de amor, con descripciones como icono sexual, el hombre más interesante de Europa o, según acuñó una revista de moda, pobre pero sexy. Le han apodado Varufucker de fucker, follador y ha sido asediado por sus fas adolescentes, las varufitas. Pero, al final, persiste el interrogante de si esa presencia heterodoxa habrá beneficiado o perjudicado a sus responsabilidades como ministro. «Ha sido objeto de gran atención mediática analiza Maria Kyriakidou y yo creo que eso ha dañado de alguna manera su trabajo político, porque esa repercusión se enfocaba a menudo en su imagen, su comportamiento y sus fricciones con otros políticos, más que en el contenido de sus argumentos. Pero, como visión de conjunto, creo que Varufakis, con su estilo casual y su estatus de celebrity, ha conseguido cambiar el discurso dominante sobre la crisis y popularizar la postura antiausteridad. Y creo que eso va a ser un gran legado».

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