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Símbolos de Trump y Clinton en Nueva York.
Las elecciones de los contrastes, desde la Gran Manzana

Las elecciones de los contrastes, desde la Gran Manzana

La polarización de las actuales elecciones estadounidenses tiene su reflejo en la huella que ambos candidatos han dejado en Nueva York: del Harlem a la Quinta Avenida

elena martín lópez

Jueves, 3 de noviembre 2016, 09:14

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Entre el bullicio de los musicales de Broadway, el crujido metálico de las vías del tren y un sin fin de calles que parecen haber sido alineadas con escuadra y cartabón, se alza Manhattan. En el cruce de la calle 50 con la sexta avenida se encuentra la Fundación Bill, Hillary y Chelsea Clinton, una corporación sin ánimo de lucro originariamente establecida en Harlem y creada para promover la igualdad y la libertad de los seres humanos, principios básicos por los que siempre ha luchado dicho barrio neoyorquino. A unos metros de distancia, en la quinta avenida, se eleva desafiante la popular Torre Trump. Esta, además de haber sido bautizada como su dueño, también aglutina las empresas e inversiones de negocios del candidato republicano, así como su propia vivienda.

A un lado de la avenida está Hillary Clinton, la representante del partido demócrata. Nacida en una familia de clase media-alta de Chicago hace 69 años, Clinton recibió una educación basada en la perseverancia y la fuerza de voluntad, cualidades que le han permitido superar las crisis matrimoniales y políticas que ha sufrido a lo largo de su vida.

Abierta de mente en cuanto a gustos y tendencias, aún sin excesos, es una mujer reflexiva, racional y organizada, cualidades que le secundan en la toma de decisiones. Se trata de una mujer que no posee un talento innato para la oratoria, pero cuya determinación y arrojo le posibilitan sobrellevar las duras críticas de sus detractores. Clinton es vista por sus partidarios como un espíritu conciliador, que mantiene objetivos cercanos a las demandas sociales y que aúna y da cabida a los diferentes grupos sociales existentes, reflejo del actual Harlem.

Al otro lado de la avenida se sitúa el neoyorquino Donald Trump, acaudalado y exitoso hombre de negocios, heredero de una rica familia de empresarios de la construcción. Él hace suyo el consejo que de joven recibió de su padre de actuar como un 'killer' de la empresa, método que transfiere a su programa político con la esperanza de poder conseguir los mismos éxitos en este sector. La personalidad de Trump, analizada en profundidad por el reconocido psicólogo Dan P. McAdams, sin llegar a ser la antítesis de la de Hillary, sí es manifiestamente diferente. Destacan en él su gran extroversión, imaginación y velocidad mental. Sin embargo, su personalidad y temperamento -siempre extremos- le hacen propenso a no poder asumir contratiempos, con el consiguiente riesgo de errar en la respuesta a problemas y en la toma de decisiones.

A diferencia de su contrincante, no le importa su imagen pública, como lo demuestra su actitud narcisista, desinhibida, e irascible, que denota un rasgo de ansia de dominancia y poder, la misma que desprende su torre. Poco cooperativo y empático, se muestra mínimamente preocupado por resolver el mundo de los menos agraciados en la sociedad. Es desconfiado ante el conjunto de la humanidad y su adhesión a un conservadurismo de predominio blanco cristiano condiciona sus prejuicios contra grupos alternativos, principalmente homosexuales, afroamericanos, emigrantes y musulmanes.

Ambas personalidades, se reflejan en los programas electorales que defienden para las elecciones del próximo 8 de noviembre. El carácter diplomático, flexible y empático de Clinton -puesto a favor de los programas sociales de su fundación- se asocia a su firme propósito de ampliar la educación gratuita entre las minorías, apoyar la igualdad de salarios entre hombres y mujeres, ayudar a la política de reproducción y aborto, disminuir la violencia en comunidades desprotegidas, restringir el uso de armas por la ciudadanía, mantener el programa de acceso a la salud a personas desfavorecidas -el popular ObamaCare-, y legalizar e integrar a individuos indocumentados a través de los programas DACA y DAPA. La candidata demócrata, además, apuesta por una economía global con ayudas a empresas norteamericanas y a países en vías de desarrollo, el mantenimiento de los grandes acuerdos comerciales, especialmente con China, México y Canadá, y valora la necesidad de impulsar la producción y compra de productos dentro del país.

Por su parte, Trump establece restricciones a los programas de salud defendidos por Clinton, apoya la libertad de portar armas y centra su atención en el control al mundo musulmán, prohibiendo la entrada de estos a EE UU. Además, rechaza toda ayuda a residentes ilegales, promoviendo la creación de un muro en la frontera de México y la derogación del DACA y el DAPA. El candidato republicano es partidario de una drástica y generalizada disminución de los impuestos a ciudadanos y empresas, que beneficiaría inmensamente a su imperio empresarial, y establece una política mucho más local y aislacionista, con medidas que dificultan las importaciones, la salida al extranjero de empresas y la renegociación de los acuerdos comerciales internacionales actuales.

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