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Mireia Belmonte, con su plata en Londres.
La tarde decisiva de Mireia
opinión

La tarde decisiva de Mireia

Martí Perarnau

Domingo, 7 de agosto 2016, 22:14

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Para comprender la auténtica dimensión de un campeón no basta con sus victorias, sino que resulta imprescindible conocer cómo se recuperó de sus derrotas. Hace diez años, Mireia Belmonte se proclamó campeona mundial junior en Río de Janeiro por partida doble, en 400 libres y estilos. En el lustro siguiente acumuló trofeos y también decepciones. Los trofeos correspondían muy a menudo a competiciones en piscina corta y las decepciones, a los grandes campeonatos. Pronto se acuñó la teoría de que padecía una gran fragilidad de carácter que hundía sus extremidades en las ocasiones importantes. Los Juegos de Londres 2012 parecían apoyar la tesis. Debutó muy discretamente, siendo última en la final de 400 estilos; al día siguiente quedó eliminada en 400 libres y un día más tarde volvió a caer en las semifinales de 200 estilos. Mireia, se decía entonces, es incapaz de soportar la presión y nunca será la gran nadadora que prometía cuando era una chiquilla.

La tarde del 1 de agosto de 2012 se lanzó a la piscina de manera enloquecida y sin la menor cordura. Ella misma lo reconoció después: era todo o nada, ser alguien o suicidarse. Era la final de 200 mariposa. Mireia pasó los primeros cien en 59.75, con un segundo de ventaja; resistió y a los 150 aún conservaba ocho décimas, pero la última piscina fue pura agonía. Nadó en el quinto peor crono, destrozada, incapaz de avanzar. La china Jiao la pasó como un cohete y la japonesa Hoshi y la estadounidense Hersey se lanzaron como tiburones sobre ella. Si la carrera hubiese durado un metro más, Mireia no habría subido al podio, pero su atrevimiento le cambió para siempre. Se jugó su vida deportiva a cara o cruz y salió cara por unas centésimas. Con la medalla de plata al cuello se desvanecieron los demonios y Mireia emprendió el vuelo. Ya nadie le recordó nunca más que -quizás- era frágil desde el punto de vista psicológico.

Mireia pudo quedar enterrada para siempre aquella tarde en la piscina olímpica de Londres, pero de su carrera suicida huyendo de miedos y presiones surgió la auténtica deportista que es. Después de eso, ganó o perdió, pero ya nunca más fue la Mireia titubeante y temerosa, sino la Mireia que hace diez años deslumbró en el mismo Río de Janeiro que ahora la aplaude en su madurez.

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