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Un día para recordar

pepe catalina

Miércoles, 14 de octubre 2015, 17:18

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El pasado viernes todos los que acudimos al primer partido oficial como local de la historia del Brico Depôt Ciudad de Valladolid lo hicimos con la intriga de lo que allí nos encontraríamos, tras un verano en el que cambiaron muchísimo las cosas en el contexto baloncestístico de nuestra ciudad. La última vez que estuvimos en Pisuerga fue allá por el mes de mayo para ver a un equipo para el recuerdo, pero perteneciente al Club Baloncesto Valladolid que, desgraciadamente, se vio abocado semanas más tarde al inicio de su fatal desenlace final, ese que tanto se temía desde hace tiempo, y que sigue siendo doloroso. Por ello había rasgos de extrañeza y de recuerdos: desde las desoladas oficinas, hasta las instalaciones con los colores que siempre le distinguieron. Pero esas sensaciones, una vez superadas, se convirtieron en reconfortantes, y fueron especialmente ilusionantes cuando nos marchamos de allí.

Para empezar, fue tremendamente positiva la afluencia de público para conocer a su nuevo club y jugadores, y para encontrarse con una nueva categoría, desconocida hasta ahora. Entre ellos se encontraban, en lo que antes era la zona de ese palco de autoridades que ya no existe, la entrañable familia del añorado y siempre recordado Eterno Capitán, cuya camiseta espero y deseo que vuelva a colgar de lo más alto del pabellón lo antes posible. También lo fue la visita del gran Antoni Daimiel. Qué mejor vallisoletano ilustre para apadrinar un día tan señalado como ese.

Luego vino el contacto directo con el equipo, ese que hasta entonces era solo conocido por los medios y las redes sociales. Y no defraudaron, todo lo contrario. A pesar de estar muy limitados por las bajas de los jugadores extranjeros a causa de los dichosos visados, más la lesión de Miguel González, y la de última hora de Jonathan Arranz en el calentamiento, su respuesta en la cancha fue excelente. Les costó al principio, pero según pasaron los minutos empezaron a mostrar esas mismas señas de identidad deportivas, con otros colores y diferentes protagonistas, que tanto engancharon no hace muchos meses. Que incluso se agudizaron en sentido positivo por ese componente de ser jugadores locales en su mayoría. Todos disfrutamos mucho con su esfuerzo, entrega y ganas de agradar, y la victoria puso la mejor rúbrica posible a una gran noche.

Se ha vuelto a abrir un panorama de ilusión y de esperanza alrededor del baloncesto. El de poder seguir teniendo un club profesional que genere noticias positivas y con un buen futuro por delante, a pesar de lo difícil que es empezar de cero. Los efectos positivos son múltiples. El otoño-invierno se hace largo, la oferta de ocio no es muy grande y el poder seguir yendo esas casi dos horas a ver los partidos es un sano ejercicio mental para muchos, y social para otros. Es muy importante para todos los niños y niñas que practican este deporte, porque tienen un equipo de referencia para seguir soñando. Y también lo es la creación de la Escuela de Baloncesto Lalo García, que aparte de honrar su memoria, ha nacido con la buena intención de poder dar cobijo a aquellos que no lo tienen en sus colegios, y respetar a aquellos que ya lo tienen.

Es justo agradecer públicamente a todos los artífices (directivos, colaboradores directos, patrocinadores principales, pequeños patrocinadores..., etcétera.) de tan complicada y, a la vez, tan sana aventura. Esta es una ciudad donde es muy habitual hablar fácil de cómo tendrían que hacer las cosas los demás, pero luego casi nadie da el paso de hacerlas. Y ellos, con sus virtudes y defectos, lo han dado. Con su tremendo esfuerzo y gigantesca ilusión, han conseguido que la llama del baloncesto siga viva cuando parecía que se apagaba definitivamente. En un futuro, cuando el presente se convierta en pasado, nos daremos cuenta realmente de la grandeza de su legado.

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