El Delibes más íntimo en su propia voz
Destino publica una antología de textos e imágenes del escritor realizada por Jesús Marchamalo y Amparo Medina-Bocos
El Delibes más personal y próximo, el menos conocido, se desvela en las páginas de la magna antología de textos que le ha dedicado su ... editorial eterna, Destino, bajo el título 'El Libro de Miguel Delibes. Vida y obra de un escritor', con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento. Un trabajo pensado para el gran público, al que sorprenderá con un gran número de historias y detalles personales, así como por un espectacular aparato gráfico de fotos emblemáticas, desconocidas e inéditas.
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«Delibes es una figura engañosa. Crees que lo conoces bien, porque es uno de los escritores más leídos y admirados, pero detrás de esa vida suya, aparentemente sencilla, hay multitud de matices, facetas e historias. Cuando acercas la mirada descubres muchos detalles importantes en los que no habías reparado», explica el escritor Jesús Marchamalo, que se ha encargado de elaborar los textos literarios que van punteando la biografía del escritor y que sirven de introducción, o de contexto, para la impresionante colección de citas que el libro despliega a través de más de 400 páginas de diseño atractivo y seductor.
Y así, por las páginas de la obra desfilan detalles privados del noviazgo del escritor con Ángeles de Castro, la mujer que se convertiría en su esposa, y sobre el papel crucial que jugó en su vida, también en su dimensión profesional. Pero también historias muy poco conocidas sobre su padre y su familia de ascendencia francesa, a la que el propio escritor atribuye el origen de su afición a la naturaleza, o la existencia de un préstamo al honor, concedido por la Caja de Ahorros de Salamanca, con el que el joven Delibes pudo financiar sus estudios de Derecho y Comercio, y que luego devolvió escrupulosamente con los salarios de su primer empleo.
También descubrirá el lector en qué se gastó la familia Delibes las 15.000 pesetas del Premio Nadal que obtuvo con su primera novela, 'La sombra del ciprés es alargada', o los hábitos de trabajo del escritor. Muchos se sorprenderán al conocer la afición del novelista por el póker, o sus hábitos como fumador de cigarrillos de tabaco picado, que liaba con parsimonia y obsequiosa dedicación, y que le proporcionaron la metáfora en la que se basa el título de su novela 'La hoja roja' (que alude justamente a la hoja que aparecía en los paquetes de papel de liar para advertir de que se estaba llegando al final).
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Y todo ello a través de más de cien textos originales del escritor, extraídos de una treintena de libros distintos gracias al esforzado trabajo de búsqueda y selección de la escritora e investigadora Amparo Medina-Bocos, experta en el novelista vallisoletano. «El lector va a encontrarse con un hombre que no sólo era el escritor que quizás crea conocer, sino que era profesor, que cazaba y pescaba, que cuidaba a sus hijos, que practicaba deporte, que era aficionado al cine, que empezó como caricaturista…», explica. Y en la misma línea, Marchamalo apostilla: «Lo que más me ha sorprendido de su figura es su capacidad de trabajo: durante buena parte de su vida compatibiliza el periodismo, con la docencia, la escritura, la vida familiar y sus ocios cinegéticos».
El lector descubrirá lo importante que eran los pájaros en la obra del autor de 'Viejas historias de Castilla la Vieja', en la que tienen una presencia constante. Y podrá leer en su propia voz que su principal orgullo como miembro de la Real Academia de la Lengua era el haber logrado introducir los nombres de treinta aves en el diccionario, ante el desconcierto de sus colegas que le reprochaban que el de la RAE «no es un diccionario ornitológico».
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De entre todos los textos seleccionados, Medina-Bocos destaca el último, el final, un estremecedor documento de 2007, tres años antes de morir, en el que el escritor admitía, desolado y deprimido, que las operaciones quirúrgicas a las que fue sometido para tratarse un cáncer le habían dejado maltrecho e incapacitado para la escritura. «En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir. Lo noté enseguida. No era capaz de ordenar mi cerebro», reconoce.
Delibes nunca escribió una autobiografía, pero dejó mucho dicho y escrito de sí mismo, dispersado en un gran número de cartas, ensayos, documentos y artículos en los que Medina-Bocos se ha sumergido en busca de los párrafos cruciales, de esos textos esenciales para describir y perfilar su figura. Y en ese estudio pormenorizado aflora una gran verdad: hay muy poco, o nada, de personaje en Miguel Delibes. El autor de 'El camino' fue, sin duda, gran amigo de Francisco Umbral, pero no podía estar más lejos de él en el afán de aquel por construirse una máscara, un trampantojo con el que desconcertar, distraer, y tras el que proteger su verdadera intimidad. Y lo sabemos porque Miguel Delibes, que habló y escribió tanto de sí mismo, nunca incurrió en contradicciones o invenciones. Puede contar de forma distinta un mismo episodio de su vida en ocasiones diferentes, pero el núcleo central es siempre el mismo. No hay en el autor de 'Las ratas' esa coquetería del creador que se crea una leyenda a base de historias de ficción que hace pasar por verdaderas.
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«No hay este tipo de contradicciones en Delibes», confirma Medina-Bocos. «Es un hombre muy coherente y muy íntegro con sus ideas. Siempre dijo lo que pensaba y lo dijo con pocas variaciones». Si acaso, construyó su personaje público con la materia prima de su propia encarnadura humana; ese fue su modo de protegerse: exponerse tal y cual era y creía en cada momento. Asumiendo la posibilidad de error o equivocación de frente, sin fingimientos.
«Delibes es una persona muy transparente y limpia. Fiel a una serie de principios, de personas y de lugares durante toda su vida. No en vano él mismo se definió como un hombre de fidelidades», confirma Jesús Marchamalo. «Hay muy poca pose en él; era un hombre honesto que luchó por la libertad y que defendió a los oprimidos y desfavorecidos. Y que no ocultaba nada tras su apariencia de hombre sencillo y normal con el que te podías encontrar por la calle en Valladolid. Este es uno de los rasgos más llamativos y de los que más apreciamos de él».
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De entre las muchas aportaciones que el lector encontrará en el 'Libro de Miguel Delibes', Marchamalo destaca todo lo que tiene que ver con sus hábitos de trabajo literario. «Me gustó mucho encontrarme con sus manuscritos, con esos textos escritos a mano, con pluma, en cuartillas de papel sobrante de periódico que se cortaban a medida para él. Ver esos textos, a veces inmaculados y otras llenos de correcciones, es como acceder a una puerta de entrada al mundo íntimo del creador».
«Aborrezco a los que lo saben todo»
«Mi carácter apenas se ha modificado con el tiempo. Sigo siendo el mismo. Respecto de mi sociabilidad, me encocoran el bullicio y las multitudes, pero me gusta participar en tertulias reducidas, con gentes inteligentes, con sentido del humor, poco fanáticas. Aborrezco a los seres que lo saben todo, que están seguros de todo y que tratan de imponerte, a cualquier precio, su credo y su seguridad»
«Seleccionaba mis lecturas por el oxígeno»
«Seleccionaba mis lecturas por la cantidad de oxígeno que encerraban y catalogaba mi biblioteca adolescente no por materias o por autores, como suele ser habitual, sino bien por su escenario: libros de ciudad y libros de campo; bien por el número de sus pobladores: libros de multitudes o libros de solitarios. Parece superfluo añadir que mis preferencias no iban por el asfalto y la muchedumbre, sino por el aislamiento y el campo».
«La guerra en el mar es aséptica»
Sobre su alistamiento a la marina en la guerra: «Quizás fui por la atracción de la aventura marinera en un hombre de tierra adentro; por otro lado, influiría, supongo, el deseo de evitar el enfrentamiento de hombre a hombre, el horror de la sangre. La guerra en el mar no deja de ser arriesgada, pero hasta que llega tu hora es una guerra aséptica, un tanto deshumanizada. Los hombres están, pero no se ven. Es un consuelo».
«Nos pasábamos la vida mirándonos a los ojos»
Sobre su noviazgo con Ángeles de Castro, la que sería su mujer. «No disponíamos de una peseta y nos pasábamos la vida en un banco del Campo Grande mirándonos a los ojos, hermosa actividad hoy incomprendida. Los sábados por la tarde íbamos al Café Corisco, en los soportales de la Plaza Mayor, y pedíamos una caña de cerveza para los dos. La mayoría de los novios hacían lo mismo, de modo que el café no tardó en irse a pique».
«¿El dinero del premio Nadal? Guardado por lo que pudiera venir»
«Las 15.000 pesetas del Premio Nadal eran dinero. Hice algo concreto con 5.000 pesetas, pero no con el resto… cuando gané el Nadal tenía ya un chico y se anunciaba la segunda, que nació justo al año, y a los pocos meses se anunció el tercero… ¿Qué íbamos a hacer con el dinero? Guardarlo, por lo que pudiera venir… y lo que vino fue una enfermedad mía bastante larga que se llevó lo que quedaba en penicilina y estreptomicina».
«En El Camino me despojé por primera vez de lo postizo»
«Cuando escribí 'La sombra del ciprés…' entendía que la literatura debía ser engolada. (…) En El Camino me despojé por primera vez de lo postizo y salí a cuerpo limpio (…) Y cuando lo publiqué ocurrió que la crítica lo recibió con un clamor de entusiasmo, lo cual para mí fue sorprendente, porque para escribirlo no había tenido que forzarme lo más mínimo. Había escrito un capítulo por día: en veinticinco rematé el libro».
«Prestar el oído cuando la gente habla me divierte»
«Me fascina oír. Prestar el oído cuando la gente está hablando en el autobús me divierte mucho. La atracción por la palabra directa se me manifestó por primera vez en una cacería, en Villafuerte de Esgueva, hace muchos años por boca de una mujer muy vivaz y muy expresiva, cuyos giros, circunloquios y expresiones recogí luego en un cuento. Ahí es donde me cazó esta voluntad de captar tal como es la lengua en sus fuentes».
«Sólo pretendo llamar a las cosas por su nombre»
«En mis novelas sobre Castilla, lo único que pretendo es llamar a las cosas por su nombre y saber el nombre de las cosas. Los que me acusan de exceso de literatura en mis novelas se equivocan, y es que rara vez se han acercado a los pueblos. La tendencia a la precisión que me despertó la lectura del Garrigues se agudizó al tratar yo a las gentes de Castilla. La propiedad con que definen sus problemas o su toponimia es inusual».
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