Una ciruela Claudia es un manjar de dioses. Su peculiar verde bañado de dorados llenando los sentidos de olor a verano, cuando se visita el huerto, no tiene igual. El dulzor, compartido con una rica nota de acidez, le confiere un carácter único a esta fruta. Jugosas también las rojas o amarillas, hay más de doscientas variedades con diferentes puntos de acidez o dulzor, distintas texturas, tamaños y sabores. Todas son perfectas para la dieta, todas son un buen antioxidante y todas un efectivo laxante.
Su abundante jugo y potente sabor hacen que su uso en mermeladas, confituras y jaleas o tartas apenas tenga competidores; ya que contienen pectina, un compuesto con gran facilidad para formar geles; pero frescas y sanas son la mejor opción.
También pasas ofrecen a los asados, combinadas con orejones y manzanas reinetas, un rico contraste dulce para el protagonismo de las carnes.
En el mercado, hay que cuidar su elección. Su momento es el verano y hay que fijarse en que estén firmes y con su piel tersa. Si están muy blandas, tienen apariencia arrugada o magulladuras no están en su estado óptimo; eso puede significar que ya llevan días desde su recolección. Una vez en casa, y dado que suelen consumirse con piel, hay que lavarlas muy bien porque podrían tener restos de pesticidas. Tienden a madurar muy deprisa, por lo que se deben mantener en el refrigerador, donde se conservarán durante unos días, y separadas de otros alimentos para evitar que la humedad de esta fruta empeore a sus compañeros de estante.
También se pueden preparar intensos zumos o compotas.
El origen de la ciruela parece remontarse a las zonas del Cáucaso, Anatolia (área de la actual Turquía) y Persia (actual Irán). A través de los escritos de historiadores griegos y romanos sabemos que esta fruta era tratada como salvaje por los primeros y que los segundos ya conocían diferentes variedades.
En la actualidad los principales países productores de ciruelas son Argentina, Chile, Sudáfrica, Estados Unidos y España, donde destaca el cultivo en la Comunidad Aragonesa, en Sevilla y en la Cuenca Mediterránea. En la Región de Murcia, a mediados del siglo XX, se cultivaba en huertas tradicionales de la vega del río Segura.