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Julia Gutiérrez Caba se mete en el papel de Melissa Gardner en la obra escrita por A. R. Gurney. El Norte
Julia Gutiérrez Caba: «La sociedad tiene poco de cordial ahora, las tecnologías esclavizan demasiado»

Julia Gutiérrez Caba: «La sociedad tiene poco de cordial ahora, las tecnologías esclavizan demasiado»

La obra 'Cartas de amor' la ha devuelto a sus espléndidos 85 años al teatro y este sábado comparte escenario con Miguel Rellán en Olmedo

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Viernes, 13 de abril 2018, 22:17

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Había aparcado la escena en 2001, un día después de representar la 'Madame Raquin' de Zola, pero la llamada de Miguel Rellán, compañero de reparto, volvió a inyectarla el virus que todo actor lleva dentro y que les impide cortarse la coleta. Las condiciones del contrato terminaron por convencerla. Menos horas de ensayo, un sofá en el escenario, y una historia basada en algo tan pretérito como las cartas de amor. Una obra para nostálgicos que quieran echar una vista al pasado. Julia Gutiérrez Caba (Madrid, 1932) lo hace para meterse en el papel de Melissa Gardner –personaje que antes hicieron Elisabeth Taylor, Mia Farrow o Sigourney Weaver–, y cumplir su segundo año de una gira que este sábado desembarca en Olmedo (Centro de las Artes Escénicas San Pedro, 21:00 horas, entradas a 15 euros en taquilla).

¿Echaba tanto de menos al teatro como el teatro a usted?

–Mucho. Yo estaba haciendo televisión, y la verdad es que el teatro tiene unas exigencias que ya no estoy dispuesta a seguir. Por mi edad ya no aguanto ensayos de cuatro o cinco horas, luego en esta obra leemos y estamos sentados, aunque también tenga sus inconvenientes estar tanto tiempo sentado.

Y qué mejor regreso que con una relación epistolar que tanto hemos olvidado en estos días...

–Está totalmente descartado, salvo en mi caso, que todavía sigo escribiendo. En plena era digital aún sigo enviando cartas, sobre todo en pésames.

O sea que a Julia Gutiérrez Caba no podemos enviarla un WhatsApp.

–Diría que estoy presionada por todos los lados, pero de momento no. Os esclaviza demasiado. Veo muchísima gente a mi alrededor pendiente de quién les llama, cuando les llaman,...

Nos ha empujado irremediablemente a la sociedad de la inmediatez.

–Y poco de la cordialidad. Me resisto aunque supongo que acabaré cayendo en sus redes, nunca mejor dicho.

Y en plena era de la incomunicación llega usted con una obra que es una tierna lectura de cartas.

–Pues sí. Tengo que decir que así como el mío es contrario, el personaje de Miguel Rellán está a favor de la escritura. Y de hecho hace un hermoso canto a la escritura.

¿Son las cartas una forma de cuidar más este lenguaje nuestro que tan maltratado está?

–Claro, porque cuando escribimos lo releemos y lo corregimos. Antes utilizábamos más el teléfono para gente más cercana y de la familia. Las cartas siempre han sido más serias y formales.

¿Encuentra muchas diferencias entre el teatro que se hace hoy y cuando subió por primera vez a representar 'Mariquilla Terremoto' en 1951?

–Han cambiado muchas cosas. Ya entonces era una obra antigua que llevaba en su repertorio Catalina Bárcena y es donde yo empecé haciendo meritoriaje, que es lo que ahora llaman becarios. No cobrabas pero aprendías algo. En aquellos tiempos se llevaban seis o siete títulos diferentes y, según la ciudad que visitabas, se hacía una comedia diferente cada día.

«Es imposible ser una diva si procedes de una familia de actores como la mía»

Pero usted se resistió mucho antes de subirse por primera vez a un escenario. ¡Empezó trabajando en una tienda de ropa infantil!

–Sí, pero no porque no me gustara sino porque tenía miedo de no estar a la altura de mi familia. Me parecía que no tenía condiciones para hacer lo que hacían ellos. Hay quien lo tiene muy claro y en mi caso estaba desorientada hasta que salí en aquella ocasión y vino todo rodado. Ya cuando dicen que gastas unos zapatos en escena, no hay quien te mueve. ¡Y aquí sigo!

Pues solo han pasado 67 años...

–Y no crea que ya no acuerdo de nada. Me acuerdo perfectamente de cuando se apagó la luz al salir, porque entonces se apagaba de manera muy frecuente. Y recuerdo todos los temores y las incertidumbres de los comienzos de este examen diario.

En una profesión que a pesar de su inestabilidad, siempre la ha tenido encima de un escenario. ¿Cuál es su secreto?

–Pues quizás que no he sabido hacer otra cosa, que vivíamos toda la familia de ello y que eso te obligaba a esforzarte.

¿Qué cansa más, el teatro, el cine o los rodajes de televisión?

–Bueno, es relativo porque el cansancio es distinto. En televisión y cine lo que ocurre es que los personajes van cambiando cada día, mientras que en teatro aunque lo estés haciendo a diario tienes que conseguir que sea fresco, creíble y nuevo en cada función. Luego el cansancio pasa por varios factores. En cine y televisión se madruga mucho y en teatro no tanto, y sin embargo en el cine te puedes cansar aunque solo sea de esperar.

«El teatro tiene unas exigencias que ya no estoy dispuesta a seguir, no aguanto cuatro o cinco horas de ensayo»

Hablando de cansancio, hace unos días tuvimos en Valladolid a Concha Velasco anunciando una despedida que apenas duró unas horas.

–Lo leí, sí. Pero Concha es más joven que yo y tiene una resistencia física tremenda. Es que el teatro requiere mucha más disciplina y concentración y es algo que con el paso del tiempo cuesta más.

Pues fíjese que en un periodo muy corto de tiempo por esta misma página han pasado Héctor Alterio, Arturo Fernández, Concha Velasco, usted,... Y mucha gente sigue yendo al teatro más por verles a ustedes que por la obra en sí.

–Por ver cómo nos conservamos, ¿no? (risas) No, es verdad, es una de las ventajas del teatro. La gente te agradece el trabajo que han presenciado durante tantos años.

En su caso tiene mucho que ver su clase y elegancia sobre el escenario, pero también fuera de él. Es usted la viva imagen de la antidiva en una profesión muy pródiga en se perfil.

–Pero es que es imposible ser una diva cuando vienes de una familia de actores como la mía. Lo hemos mamado desde pequeños. Hemos sabido lo que es el oficio, lo que cuesta y lo que hay que luchar y han luchado mis antepasados en momentos difíciles para salir adelante. Fíjese que cuando alguien de la familia moría y desaparecía, los demás seguíamos trabajando.

Tanto como que su hermano Emilio nació en Valladolid en plena gira de sus padres, y cuando usted tenía diez años. ¿Recuerda algo de aquel alumbramiento?

–Lo recuerdo perfectamente porque nosotros viajábamos siempre con nuestros padres y yo estaba allí. Era una gira larga, mes de septiembre, y ya volvíamos hacía Madrid cuando el niño decidió nacer en Valladolid. Al año recuerdo que volvimos a Valladolid y mi madre le decía a mi hermano: 'Prepárate Emilio, que te va a recibir una banda de música'.

Como para no dedicarse al teatro, ¿no?

–Sí. Es nuestro oficio y tiene muchos más motivos de alegría que de tristeza.

Y ahora la saga continúa con Irene Escolar, su  sobrina-nieta. ¿Le da consejos?

–Así es. Ella lo ha tenido muy claro desde muy pequeña. Y no, no le doy consejos porque tampoco me iba a hacer caso. Tiene muy claro lo que quiere y lo que le gusta hacer.

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