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Una escena de 'Arab Blues'.

Latitudes peculiares, películas corrientes

Sección Oficial ·

'Y entonces bailamos' se cuela en la Compañía Nacional de Danza de Georgia y 'Eco' documenta la vida diaria en Islandia

Victoria M. Niño

Valladolid

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Domingo, 20 de octubre 2019

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Presupuesto y producción son los dos diablos que sobrevuelan sobre el arte de los cineastas. No conviene dar por supuesta otra 'p', la de pensamiento que en el cine se plasma en un guion. Qué se quiere contar es anterior al cómo y al con qué medios. La segunda jornada de la 64ª Seminci estrenó por la mañana dos terceras películas de un sueco-georgiano y de un islandés. En ambos casos, lo exótico de su procedencia no justifica ninguno de los dos largos.

'Yentonces bailamos', de Levan Akin, enlaza con 'Arab blues', de Manele Labidi exhibida el sábado, en que confronta a la juventud georgiana con el modo de vivir de sus ancestros. Akin, hijo de emigrantes georgianos establecidos en Suecia, rodó por primera vez en Tiflis para contar el despertar a la vida de Merab, un joven bailarín.

Desde un hogar de mujeres, madre y abuela, con un hermano díscolo y un apremio constante de dinero, el responsable Merab cumple con su jornada en la cantera de la Compañía Nacional de Danza y su trabajo en un restaurante. Hay una audición para ser profesional y ambiciona esa plaza. Mientras llega ese día, Merab descubre su atracción por un compañero con quien vive un intenso romance, acotado por la presión social.

La danza en Georgia es «masculinidad», «expresión de la tradición y la historia nacional», y cualquier desvío, «una anormalidad» que expulsa de la Compañía a quien la padezca. Akin centra la primera parte de la película en la convivencia de los jóvenes bailarines, en los ensayos, en el folklore, orgullo patrio que exportar. Por un momento surgía el espejismo de la magnífica 'Cold War' y la costumbre soviética de promocionar el estado a través de la música y el baile. Pero, rendido el homenaje al costumbrismo georgiano, el director sueco desvía la atención hacia la cuestión de la homosexualidad –manido tópico dentro de las películas sobre bailarines– y la homofobia. Como cine denuncia podría ser candidata a cualquier premio del colectivo agraviado, pero desde una perspectiva generalista, Akin solo cambia de coordenadas geográficas un problema ampliamente tratado con más ambición artística.

El protagonista, Levan Gelbakhiani, acaba bailando como él quiere, roto el corsé académico de una tradición inamovible. La triste conclusión de Akin es que el bailarín tiene futuro fuera de su país, no dentro.

Una tercera película es también la que presenta Rúnar Rúnarsson con su 'Eco'. Quien se estrenó en 2011 en la sección Punto de Encuentro con 'Volcano', triunfando, y en 2015 ganara la Concha de Oro de San Sebastián con 'Gorriones', presenta este mosaico de la vida en Islandia a concurso.

Desde la víspera de Navidad hasta el Año Nuevo, se suceden microhistorias laborales –con su minicrítica al capitalismo feroz–, familiares –las nuevas formas de esta institución, los problemas derivados de los divorcios, las rencillas que afloran en tan entrañables fechas–, sociales –narcisismo del primer mundo, el ecologismo a medida– y un largo etcétera que bascula entre el documental y cierto humor ácido del que se desearía una dosis mayor.

Pese a ser una isla remota, Islandia, cuya celebridad máxima es la cosmopolita Björk, se ha ido acercando a través de su cine en los últimos años. Este puzle antropológico resulta, sin embargo, bastante parecido al que podría hacerse en cualquiera de las sociedades europeas. Rúnarsson ha elegido las estampas más comunes. Lo mejor de 'Eco', la duración, 79 minutos que acaban por hacerse largos. El jueves se estrena la segunda aportación islandesa a esta Seminci, 'The County', de Grímur Hákonarson, ganador de la Seminci de 2015 con 'El valle de los carneros'.

De la realidad a la ficción

La última película a concurso fue una ópera prima, 'Un gato en la pared', de Mina Mileva y Vesela Kazarova. La pareja de cineastas llevan tiempo trabajando en el documental y esta es su primera obra de ficción.

Las directoras búlgaras se trasladan a las afueras de Londres donde sitúan este guion que parte de «hechos reales». Allí viven Nadia, arquitecta, con su hijo de seis años, y su hermano, historiador en paro. Pertenecen a la hornada de emigrantes económicos de países del Este que escaparon de la corrupción endémica que dejó la caída del comunismo y esperaron que sus títulos universitarios les abrieran las puertas en democracias más avanzadas como la británica. Pero una vez en esos nuevos destinos, Nadia tiene que conformarse con su trabajo de camarera con la esperanza de ejercer algún día su profesión.

Barrio obrero, piso en propiedad y vecindario que en un destacado porcentaje vive de las ayudas estatales. Nadia no acepta la caridad, prefiere un trabajo como el suyo, «de zombi», pero honrado. Sin embargo, el entorno se conjura contra su honor. El anecdótico hallazgo de un gato abandonado es el primer peldaño para la complicación in crescendo de sus vidas. Mileva y Kazarova son, quizá, demasiado ambiciosas en su guion y abordan muchas cuestiones en paralelo. La gerentrificación de las ciudades, la recolocación de la población por distintos métodos para poder especular con el suelo, ya era suficiente para sostener por sí sola la película. Las realizadoras añaden la falta de trabajo cualificado, la decadencia de la población local acomodada a la ayuda estatal, los guetos sociales o la corrupción municipal que embarca a las comunidades en gastos inútiles.

Ni la buena voluntad, ni el trabajo, ni la educación libran a esta familia de un fatal destino. Mina y Vesela apuntan una tesis contraria al georgiano-sueco Akin: las democracias modelo esconden agujeros como por el que escapa el gato, por los que se cuela la corrupción, el abuso de poder, la ambición desmesurada, igual que en el país que dejasteis. Una pena que ya que rodaban en Londres no se acercaran las directoras a ver al maestro del realismo inglés, Ken Loach. Su receta -un asunto por película, una denuncia por filme- hubiera mejorado este destacable debut.

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